Marzo 2022
Hermano, por Dios que me costó escribir esta columna.
La bolsa de plástico
Tiempo atrás con un amigo llegamos, tras muchas frustraciones, a una cumbre remota que nos era importante. Por eso el abrazo que nos dimos en ella fue emocionante y por eso también disfruté como nunca el inmenso panorama que se presentaba ante nuestros pies. Uno que era, como Aldrin diría en su momento, de una magnifica desolación.
Cinco minutos después, mi compañero se levantó y comenzó a recoger los objetos que se encontraban justo en el punto más alto, echándolos todos ellos sin mayor delicadeza adentro de una bolsa plástica.
– ¿Qué haces? -pregunté extrañado.
– Me llevo estas cosas para abajo. Son basura.
Se trataba de unas banderas, un par de medallas, algunos mensajes… O sea, los testimonios de cumbre que los montañistas que nos habían antecedido habían dejado en dicho sitio.
– Contaminan. No deberían estar aquí -mi compañero continuaba.
Yo aún seguía medio embobado por el esfuerzo físico como para reflexionar bien ante algo que claramente él ya tenía masticado desde hacía quién sabe cuándo. Pero, sin saber exactamente por qué, el asunto me pareció mal; sensación quizás reforzada al ver cómo la foto de una niña, de seguro la hija de un escalador, iba a dar al mismo sitio donde también llevábamos el papel higiénico usado.
Sin embargo, no dije nada. Era mi primera vez en tales lugares y no sabía muy bien qué terreno estaba pisando. Lo que no evitó que al iniciar el complicado descenso comprendiera nítidamente cómo, de no tener cuidado, el camino de las buenas intenciones rápido deriva en terrorismo propio de una equivocada superioridad moral.
Sácate una frase.
Panadería nacional
En caso que no lo sepan, el testimonio de cumbre es una antigua tradición en el montañismo que, en su forma más simple, es nada más que un trozo de papel que se deja en la cima, con detalles del ascenso y/o los sentimientos que embargan a quienes llegan a ella; pena, alegría, amor… Ustedes saben, esas cosas inútiles.
Claro, en los comienzos del alpinismo estos testimonios tenían una función bien precisa: constituirse en prueba que se había alcanzado el punto más alto y, así, descartar de raíz cualquier polémica al respecto. Pero hoy en día, a pesar que todavía existen picos vírgenes (continúe, no se distraiga), para lo que es el grueso de la actividad ellos ya no cumplen utilidad alguna; lo que ha llevado a que deportistas de montaña nacionales con posturas más radicales no solo se marginen de continuar con tal hábito (por lo “inútil”) sino que además han hecho de su eliminación una misión de vida (porque “contaminan”).
Ahora, este tema es una pequeña miga de un baguette doble en una gran panadería francesa. Lo que quiero decir, tarado, es que esto es nada más que una minucia inserta dentro de otra pelea mucho mayor: la supuesta bondad que tendría eliminar de nuestras áreas de montaña elementos que, aunque “propios” a la actividad, aún así son ajenos a la naturaleza (y por ende… “contaminan”). Como lo serían también las cajas de cumbre, las placas recordatorias, los refugios de montaña, las cruces, los bolts, etcétera; con la instalación o eliminación de cada uno de ellos dando vida a una discusión particular que, en los países desarrollados, es ilustrada y constructiva.
Pero claro, hermano, estamos en Chile. El país de las almejas sordas.
De muestra…
Por ejemplo, siempre será difícil debatir acerca de lo pertinente que es colocar cruces en las cumbres de nuestras montañas, porque pronto en la conversación saldrán a relucir las contrapuestas visiones que el cristianismo provoca. Con una parte de los montañistas considerándolos emblemas de amor y esperanza (necesarios para sobrevivir los tiempos que vivimos); con otra, viendo su eliminación como una correcta respuesta cultural (por tratarse de símbolos que representan genocidio, ignorancia o pedofilia).
En el caso de las placas recordatorias, el conflicto es distinto pero igual. Por un lado, está el entendible deseo de honrar a nuestros fallecidos; por otro, que al ritmo que vamos los cerros estarán tan plagados de ellas que terminarán como las animitas (que, estando ahí al lado del camino, nadie las ve y a nadie les importa). Sin mencionar que, como tienden a ser el resultado de iniciativas autónomas, nada evita que un día alguien llegue y coloque al lado de un sitio de campamento, a 4 mil metros de altitud, una placa conmemorativa de 10 metros de alto con aspas para alimentar trutrucas que suenen como lamentos cuando sople el viento. A lo cual se replica que no hay proporcionalidad en estas críticas, pues se hace alharaca por algo más bien inocuo, al mismo tiempo que al lado hay una retroexcavadora de Alto Maipo arrasando toneladas de fósiles y restos arqueológicos.
Y lo de los bolts es una polémica más vieja que el pecado. Se refiere a cómo ellos alteran drásticamente la experiencia que ofrecen las rutas de escalada tradicional. De muestra, vean lo sucedido en el cerro Torre: Cesare Maestri lo intentó en 1959 por la arista noreste, retornando sin su compañero y aseverando que habían hecho cumbre; empero, como no le creyeron, regresó en 1970 por la vertiente sureste, con un compresor de 135 kilos, colocando algo así como 400 bolts y en la bajada sacando los de la última sección (haciendo imposible repetir la ruta); hasta que en 1979 Jim Bridwell la resolvió vía escalada artificial, dejando la vía “abordable” y convirtiéndola en un clásico que permaneció inalterable por 40 años; sin embargo, en el 2012 Hayden Kennedy y Jason Kruk eliminaron 120 de los pernos porque opinaban que el recorrido debía quedar como era “originalmente”; con lo cual generaron una nueva tole-tole de proporciones y una cordial invitación a la cárcel de Chaltén por no pedir permiso de nada a nadie (ni tampoco haber respetado el acuerdo del 2007).
Bolts van, bolts vienen, el compresor aún está ahí colgando a 100 metros de la cumbre y yo, hermano, aquí como ratón de cola pelá engordando mientras escribo.
La carne de la milanesa
No tiene sentido negar que en muchos de estos conflictos sus provocadores tienen buenas intenciones (si es que no la razón). Pero aquí el meollo del asunto es otro: en lo fácil que acciones unilaterales en un lugar que se entiende o es visto como “de todos” termine ofendiendo al resto de la comunidad; típicamente, porque el acto arruina la experiencia de lo existente.
Los cuales, para hacer la cazuela aún más picante, si son hechos a la fuerza, vía hechos consumados, tienen méritos suficientes como para considerárseles una violación cultural; esto es, impongo mi voluntad, guste o no, porque puedo. Una actitud que muchos en Chile ven como progresiva o, incluso, valerosa, pero que a mí solo me causa risa, porque no puede haber valentía si no hay consecuencias por lo obrado. O sea, por ejemplo, destruir las cruces que están en las cimas de las montañas de nuestro país, no les causará a tales “revolucionarios” consecuencia personal alguna. Muy distinto a lo que sería intentar hacer lo mismo con las medias lunas (me refiero al símbolo musulmán, no al pastel, imbécil). ¡En Irán! En donde no les dejarían conducto indemne y, peor aún hermano, los obligarían a ver la colección completa de los 30 años del Buenos Días a Todos.
Código secreto
Reflexiono, reflexiono, reflexiono y no llego a nada; salvo, claro está, que los mencionados son problemas macro que para ser abordados requieren civilidad y cultura. Entonces, que me preocupe de los testimonios de cumbre en un lugar en el que tales cualidades no abundan es ridículo (sino es que… “inútil”). Lo concedo. No obstante, si al final me decidí a mencionarlos fue porque entendí también que su desaparición es un símbolo de todo aquello que está mal para quienes aman la naturaleza y la aventura.
No nos engañemos. Experimentamos momentos que son deprimentes; en donde pareciera que cada día hay más bosques nativos quemados, menos sectores de escalada disponibles y más absurdas exigencias para acceder a las montañas. Todo dentro de una atmosfera sofocante debido a una pandemia que destruyó el estado de derecho (pues cualquiera hace lo que quiere) y normalizó actitudes fascistas (como la de Carabineros amarrando excursionistas, para llevárselos detenidos por ellos haber cometido el capital pecado de querer hacer ejercicio).
En tal agresivo ambiente, cuando hay impotencia por no poder traer equilibrio a una relación asimétrica con una sociedad que, más allá de lo que diga, le viene un carajo lo del medioambiente y de cómo nos relacionamos con él… Pues llegar a una cumbre y encontrar un testimonio de alguien que, como tú, llegó a tal sitio a pesar de los problemas… no tiene precio.
Es algo que va más allá del objeto mismo, para transformarse en un tótem con secretos mensajes que crean vínculos y dan sentido de pertenencia. Por lo tanto, no afean, no ensucian ni contaminan; más bien construyen, fortalecen, enriquecen. Haciendo real la ilusion de que no soy el único al que le importa toda esta maldita destrucción y que no estoy solo en este desolado desierto del presente.
Porque junto a mí también estás tú, Hermano.
Muchisimas gracias estimado Anticristo, como bien mencionas esto es algo que va más allá del objeto mismo, en definitiva para quienes hemos dedicado una vida a la conquista de lo inútil estos testimonios dan sentido de que hay esperanza que en The chilean underworld, hay más giles como uno que también somos especiales. Por lo tanto lo único que hago como ejercicio es sacar el exceso de bolsas y basura que muchas veces está compuesta hasta por barritas energéticas que son dejadas con la ilusión de que el que sigue se las va a comer, pero con el frío están más duras que el corazón de mi suegra. Siempre dejo los testimonios porque son parte de la experiencia de quienes me antecedieron y esos construyen identidad y no me gustaría que se lleven los míos que muchas veces fueron mi paño de lágrimas o instrumento terapéutico cuando llegue hecho trizas..,