Noviembre 2022
Mucho, pero mucho tiempo atrás, cuando tenía pelo, testosterona y pectorales, empecé a sospechar que, a pesar de mis esfuerzos, parecía ser que cada vez tenía menos tiempo libre para escalar y subir cerros. Lo cual me pareció tan raro (después de todo, no tenía otras cosas de qué preocuparme en la vida), que me fui al computador para ver qué había hecho el último año al respecto y, así, verificar qué tan cierta era tal impresión.
Este fue el resultado: 3 fines de semana enfermo, 4 con mal tiempo, 3 con elecciones, 2 en las cuales mi cordada falló a última hora, 3 con festividades (Navidad, Año Nuevo, Fiestas Patrias) y 6 con problemas varios (mudanzas, aluviones, ópera, etc). Tiempo perdido sobre el cual no valía la pena amargarse porque, aproximación budista, no había tenido control alguno sobre los eventos que lo causaron. Además que, continuando con la idea de mirar el vaso medio lleno, eso significaba que había tenido 31 fines de semana para mí solito. ¿Cierto?
No tan rápido. A los anteriores todavía tenía que agregarle los cumpleaños, matrimonios, juntadas y… ¡también los santos! Estos últimos particularmente demandantes porque en mi tradicional familia se celebraban los 3 nombres de cada tía y abuela. Huelga decir que no fui a todos ellos, solo a los más importantes o en donde tenía la sensación que me estaban sacando del testamento, pero aún así fueron 16 sábados y 16 domingos adicionales en los que no había salido. Todo lo cual redundaba en que, raya para la suma, de los últimos 52 fines de semana, para mí habían quedado 15. Que era algo así como… ¿no poco?
No. Olvidaba contabilizar el día de la madre. Y el del padre. Además el del amigo, la hermana, la abuela, la secretaria, el dentista, el perro, el gato y la cacatúa.
O sea, estando soltero, sin hijos y ya sabiendo que lo único que quería hacer en mi vida era escalar, escalar y escalar… Pues… resultó ser que en un año calendario ¡solo había tenido 6 fines de semana libres para ello!
Fuck.
Falsa administración
La situación anterior está lejos de ser una excepción. Por el contrario, es muy recurrente entre quienes necesitan ingentes cantidades de tiempo para mejorar en la práctica de alguna actividad que amen. Dilema que transforma lo que debería ser un limpia faceta inspiradora en una sempiterna lucha con quienes nos rodean, dejándonos habitualmente a la defensiva y haciéndonos sentir casi como si fuéramos delincuentes por el mero hecho de querer hacer aquello que nos gusta.
Y las malas noticias continúan. El cálculo anterior es más bien benigno porque, por ejemplo, quienes están casados aún deben agregar tantos cumpleaños y fechas especiales como hermanos, parientes y amigos la media pierna traiga consigo. Y si hay hijos ni hablar; ahí sí que jodiste.

Por supuesto, la mayor parte de ustedes ya se estará abrigando con la tibia cobija del “a mí esto no me pasa”, porque, hey, ustedes están en control, ¿no? Son personas adultas que no deben dar explicaciones a nadie y nadie les dice lo que tienen que hacer. ¿Cierto?

Bueno… Siendo honestos, los hechos demuestran otra cosa. Con las estadísticas señalando que el 80% de los chilenos son extremadamente pasivos en la forma de cómo administran su tiempo libre; saturándoseles este con millones de burradas no propias que están obligados a cumplir por una y mil razones diferentes.

¿Cuáles estadísticas? No sé, las acabo de inventar. Pero el punto permanece: la mayor parte de la gente deja que los compromisos dicten el uso de su propio tiempo (y no al revés); un resultado que se da por varias razones, pero dentro de la cuales la principal es el autoengaño de creer que administramos el tiempo de una manera soberbia… cuando en realidad lo hacemos tan mal que es como que no lo hiciéramos.

¿No me creen? OK. Entonces déjenme mencionar un par de “obligaciones” en donde, si estuvieran realmente empoderados, perfectamente podrían dejar de lado y usarlo en algo que realmente les fuera más útil. Como, por ejemplo, el día de la madre.

Preocupación continua, no discreta

Sí, sí, sí. Ya sé. Basta mencionarlo para que inmediatamente se pongan en estado de alerta prestos a empalarme, echarme bencina y prenderme fuego. Lo cual demuestra perfecto lo exitoso que ha sido una perversa dinámica que crea una falsa dicotomía que alimenta un chantaje emocional. Sácate una frase.

Partamos admitiendo que esta festividad no tiene nada de malo en sí porque, gil, ¿quién podría estar en contra de celebrar a la madre? El problema viene por otro lado: de cómo un día común y corriente se ha transformado en uno cuasi sagrado gracias a la no tan sutil presión de quienes se benefician con su comercialización. Coalición de intereses que, en los hechos, crea un carro de la victoria del cual nadie puede quedarse abajo, so riesgo de ser visto como un detestable ser humano. Con la misma madre siendo víctima de una publicidad que no deja de machacarle veladamente que, si el imbécil de su hijo o hija no se aparece ese día con un regalo, es porque no te quiere.

Dilema que no solo es falso, sino que además revela estupidez social al no centrarse en el problema de fondo: que la preocupación por las madres debe ser un ejercicio constante; cuando ella lo necesita y también cuándo no. Sin necesitad de un día “especial” para conmemorarla. O sea, los malcriados que tratan pésimo a su mamá, sin quererla, atenderla o proveerla, ¿creen que justo apareciéndose ese mañana con un una cajita de bombones y unas pantuflas pajeras podrán borrar todo lo mal obrado en los restantes 364 días del año?

Pero, claro, a ver qué te dice tu madre si es 10 de mayo y no te apareces porque andas escalando.

Naftalines

Con los cumpleaños es distinto pero igual.

De partida, debo admitir que nunca entendí el porqué de la sideral excitación que estos producen, toda vez que a partir de cierta edad el asistir a uno de ellos es más bien motivo de llanto (no de risa) dada la creciente cantidad de arrugas, canas y rollos del celebrado y de los decrépitos que se aparecen ese día.

Además, como sabiamente Doña Elena decía, el asunto está mal planteado porque a quién habría que conmemorar en tal fecha no es al sujeto en cuestión, sino que a su madre. A fin de cuentas es ella la que sufrió por horas para dar luz al susodicho cabezón tras meses de molestias, limitaciones y sobrepeso (y todo por un mísero minuto de placer… con suerte).

Pero la más importante razón por la cual los cumpleaños están sobreevaluados, es que… no tienen nada de especial. A diferencia de lo que sucede cuando se va a escalar o subir un cerro, en donde se generan historias y epopeyas nuevas, ir a un cumpleaños es como ver una vieja película en donde nada nuevo pasa y nada nuevo ocurre. Reuniéndose los mismos tipos de siempre, para reírse de las mismas añejas anécdotas y con la misma cara de simulado asombro del festejado por una fiesta sorpresa que tres meses antes ya sabía le harían. Una dinámica en donde todo huele a naftalina y, seamos honestos, en donde la alegría tiene algo de artificial; medio obligada. En el sentido que hay que estar alegre porque, bueno, es un día especial. Y como es un día especial, hay que estar alegre.

Cuando los verdaderos días alegres, aquellos que uno recuerda por siempre, tienden a llegar solos. Espontáneamente.

Los errores de otros

Miren, no nos vamos a ver la suerte entre gitanos aquí. Escalar, subir cerros, realizar expediciones ¡o incluso el boulder! (retro Satanás) son actividades tan vitales para quienes las realizan, que justifica plenamente considerarlas como un estilo de vida; no un “hobby”. Consecuentemente, es fundamental sincerar su importancia a quienes nos rodean si es que queremos darle sustentabilidad en el largo plazo a tales relaciones, para lo cual se ha de llevar a cabo el más simple y básico de los ejercicios: comunicarse. De verdad. Con quienes amamos, a quienes nos importan. Para crear un terreno fértil donde se pueda decir lo que realmente se quiere hacer y que eso no genere una hecatombe emocional en nadie; algo así como “cariño, te amo pero me voy al cerro mañana aunque sea nuestro aniversario”.

Sin embargo, por supuesto, no lo que hacemos los chilenos; los campeones mundiales del buenismo. Esto es, tratar de quedar bien siempre con todos y viviendo con la ilusión que se puede hacer todo. Siendo que con tal postura lo único que se logra es frustrarse, no tener desarrollo individual, vivir las vidas de otros y quedar prisionero de decisiones tontas que después, ya de viejo, se lamentan.

Además, algo que me da rabia, estos “buenistas” olvidan que tener tiempo libre es un privilegio; no algo garantizado. Muchos no pasan por buenos momentos y no tienen las oportunidades o las holguras para ser proactivos al respecto. Familiares delicados de salud, estrecheces económicas, problemas laborales, amores perdidos, graves lesiones o un sin número de otras circunstancias que golpean sin dejar alternativas. Situaciones en las cuales no hay espacio para el ocio o estas reflexiones, y en donde hay que poner el pecho al frente y luchar a brazo partido con coraje.

Pero, para el resto… ¿No ir a escalar ese día porque justo se celebra el día de la corneta?

Por favor.

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