Agosto 2014
La humedad todavía satura el bosque por la lluvia de hace dos días. Es invierno y hace frío, pero eso no ha detenido a que se hayan venido temprano para la palestra porque se anuncia despejado y quieren aprovechar el día.
Salen las cuerdas, cintas y, para entibiarse un poco, también los mates. Nogali, que hace tres semanas salió tercera en el Masters, no pierde tiempo en detalles; es la primera en ponerse el arnés y mientras saca apurada las zapatillas de la mochila grita a nadie en especial:
Lo increíble del comentario logra captar la atención de Nogali. Quien sorprendida se da vuelta justo a tiempo para mirar cómo Calamina se pone el arnés, extiende el paño protector sobre el suelo y coloca la cuerda con cuidado. No está mal, piensa, en una de esas le dirá que sí cuando por fin se atreva a invitarla a lo del Kitaobulla.
No, no quiere. Pero bueno ya.

Fuerte, amargo, Nogali tiene que admitir que sabe bien. Caramba, así sí que dan ganas. Termina, devuelve el mate, se acerca a la roca impaciente por comenzar y… Calamina la detiene de nuevo:

Coño Calamina. ¡Déjame escalar!
Finalmente. Ahora sí, Nogali se pone en posición, toma los dos primeros agarres y va a comenzar… pero ¡no puede! La cuerda queda demasiada tensa y la tira para atrás. Pu** la w**a. ¿Y ahora qué?
Definitivamente fastidiada, se da vuelta para ver por qué Calamina no le da cuerda, y lo sorprende sentado en el piso, junto a la Nika, el Tarántula y Demerol Curacaví. Todos fumando marihuana.
Nogali se queda estupefacta. No porque no le hayan ofrecido (no fuma), sino que por el momento en que escogieron para hacerlo. Molesta por la demora, se pone a elongar para no delatar su disgusto, mientras Calamina sigue tranquilamente fumando su porro. Hasta que termina, se levanta, se aproxima a Nogali y, con un tono un poco más fuerte de lo que debería, exclama:
Nogali lo mira. Calamina súbitamente más entusiasmado, respiración agitada, ojos rojos y chicos… Hmmmm. Esto no me gusta nada, piensa Nogali. Esto no me da confianza. Pero ¿qué hacer? No hay nadie más que pueda asegurar. Qué mala suerte. Justo ahora. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?
Pues Nogali, no es mala suerte. Es tu pura culpa no más. Por ser chilena y tan niña bien, caíste solita en la trampa del consumo social.
Desnúdala
Ah, la marihuana.
Milenaria droga venida de la por muchos bendecida Cannabis sativa. Centro de la eterna discusión entre la libertad y el compromiso. Moda, vicio, placer o determinación, fumarla es una declaración de propósitos, un acto de rebeldía, una bandera de lucha.
Temazo. Uno que es más grande que cola less de ballena y en el cual no me voy a enredar porque lo que deseo debatir hoy es bien preciso. Y no es acerca de lo que entendemos por “droga”, no trata de si es económicamente conveniente legalizarla, no debate sobre el conflicto entre la opción individual y el bien común, ni tampoco piensa en el palo de Pinilla.
De lo que deseo hablar es otra cosa: de cómo el consumo social de la marihuana desnuda lo socialmente cobardes que somos.
La batalla ha sido ganada, o perdida
Estoy convencido que quienes apoyan la legalización de la marihuana han terminado por inclinar la balanza a su favor.
Se intuye, se huele o, si gustan, se fuma. No se puede negar que sus adeptos han ido sistemáticamente ganando espacios en el mundo, los cuales han derivado en la construcción de marcos legales y un cambio cultural que ha torpedeado esa imagen intrínsecamente perversa que tenía en una parte importante de la ciudadanía.
Esta ya victoria fue construida sobre la base de variados argumentos: que se ha fumado durante tanto y por tantos que su consumo debe ser visto como parte de la cosa humana, que es incoherente prohibirla siendo que es menos dañina que otras sustancias legales (como la nicotina), que es ilógico meter en la cárcel a ciudadanos cuyo único pecado es aspirar el humo de una hierba, que es un asunto de salud pública y no del sistema de justicia, que representa una fuerza económica significativa que pide a gritos ser formalizada, que su uso medicinal va en incremento, que no tiene efectos laterales, que no genera adicción, que no causa cáncer, que no mata neuronas, que detiene las balas, que el palo de Pinilla, etcétera, etcétera, etcétera.
Pues… algunos argumentos tendrán méritos, otros serán más falsos que pechugas de greda, pero todos juntos contribuyeron de una manera u otra a esta creciente aceptación social de la marihuana.
Así es que, más allá de si a Ud. querido lector le parezca bueno o malo, le guste o no, todo pinta para que en diez años más, o talvez en un par, veamos gente caminando por las calles del centro de la ciudad fumando marihuana tranquilamente como si fuera la cosa más normal del mundo.
Marea gris venida a nada
Porque de eso se trata, ¿no? De no tener nunca más que fumar un porro escondido. De poder hacerlo en paz sabiendo que la policía no te molestará, que podrás comprarlo sin incurrir en un delito y que, también importante, no habrá censura social por ello.
Que podrás hacerlo, por supuesto, en tu casa, en el balcón y asimismo en el paradero de buses, los semáforos y la playa. También en los asados familiares, las micros y el estadio.
Desarrollo de los eventos que me hace difícil no recordar lo que ocurrió décadas atrás con el cigarro, cuándo éste terminó por transformarse en una plaga. Pasando del aparente inocente momento de placer personal al punto de la saturación total; aquel donde se fumaba en todas partes: las casas, los cines, las oficinas, ¡LOS PORTA-AVIONES!
Daba lo mismo si había niños presentes, las ventanas estuvieran cerradas o hubiese gente a la que le molestara, el humo del cigarro era una constante. Situación que hoy se revela tan increíblemente aberrante, dado entre otras cosas el obvio daño que se le producía al fumador pasivo, que incluso los actuales jóvenes llegan a creer que es una exageración. ¿Cómo? ¿Me quieres decir que hubo una época en que los profesores fumaban dentro de las salas de clases?
Lo interesante es que en un mundo ideal, jamás se habría llegado a tal situación de epidemia si los fumadores mismos hubieran tenido cuidado y se hubieran abstenido de hacerlo en aquellos sitios en que el humo hubiera afectado a los no-fumadores. Un asunto netamente de cortesía. Pero no lo hicieron, no fueron capaces. ¿Saben por qué? Porque el vicio ya se los comía. No sé si para pasar a llamarlos “drogadictos”, pero sí lo suficiente como para que ellos supeditaran cualquier otra consideración al deseo de fumarse un cigarro. No preguntaban, no pedían permiso, solo les importaba eso, fumar.
El final de esta historia ustedes la conocen. La solución no provino de ellos mismos como grupo, en la forma de la auto-contención, sino que fue la sociedad la que tuvo que venir a ponerle coto. Dictando normas y leyes que han terminado en el presente por arrinconar a los fumadores en la calle. Obligando a los otrora reyes de la vanguardia a ubicarse como rebaño de campo pobre en el pórtico del edificio en el cual trabajan, tristemente apelotonados fumando juntos tratando de capear el frío.
Mi hipótesis (¡diantres!) es que pasará lo mismo con la marihuana. Saliendo de su “ilegalidad”, sus consumidores terminarán por abarcarlo todo, porque el vicio será mayor a cualquier reflexión por las consecuencias que sus actos puedan causarles a los demás.
Como por ejemplo asegurar a alguien mientras escala.
Relaciones inconcluyentes
Para los jóvenes que todavía piensan que la historia de la escalada nace con ellos, ilusa y falsa pretensión que no hace más que demostrar lo ignorantes que son (partí suavecito), déjenme decirles que la relación entre las drogas y la escalada es más vieja que el Odontine. Historias dentro de las cuales quizás las más mediáticas son aquellas vividas en Yosemite en los años 70, con escaladores que lograron el imbatible récord de ser los más limpios que jamás hayan existido. Lo aspiraban todo. No había polvo que dejaran suelto.
Solo remitiéndonos a la marihuana, lejos la más consumida entre los escaladores, a pesar del tiempo transcurrido aún no ha sido posible demostrar “científicamente” sus efectos en la escalada, especialmente en lo que se refiere al incremento en los riesgos. Las razones de este vacío se deben en parte porque el tamaño de la población sujeto de estudio es pequeño (escaladores) pero, más importante aún, en las dificultades intrínsecas para estructurar una investigación que logre simular FEHACIENTEMENTE la dinámica del riesgo que involucra la escalada.
Los datos históricos tampoco ayudan. De las casi 200 víctimas fatales que se han producido en los últimos 15 años en Chile, sólo han podido “saberse” de 3 casos de accidentes mortales vinculados al consumo de drogas o alcohol. De entre los cuales sólo 1 es debido a la marihuana.
Entonces como no hay nada concluyente, cada vez que se toca el tema en alguna fogata pre-sexo, saltan por lado y lado referencias a estudios que se hicieron aquí y acá, con argumentos y conclusiones radicalmente opuestas, en conversaciones que tampoco permiten mucho porque la mitad está precisamente fumando marihuana. Quienes no dejan pasar oportunidad para dejar en claro que fuman constantemente, al asegurar, rapelear y escalar, y que nunca les ha pasado nada. Ni a él ni a ninguno de sus amigos, quienes también hacen lo mismo.
Explicación que parece zanjar la discusión y que conduce a una dinámica donde los escaladores, especialmente los deportivos, hacen uso y abuso de la marihuana mientras escalan asumiendo que da lo mismo.
Pero…
Fuma y miente
Pero no tan rápido.
Porque, para comenzar, que un escalador diga que la marihuana no afecta basado en que él y sus cordadas lo han probado y nada les ha pasado, lo único que demuestra es que la hierba en cuestión efectivamente mata neuronas. Ya que este brillante argumento olvida considerar a aquellos que estaban bajo la influencia de la marihuana y que sí se mataron.
Es decir, quien se mata y estaba drogado, ni modo que regrese y nos lo diga. Generando así una distorsión brutal pero evidente en la muestra. Solo existen los datos de aquellos que siguen con vida y nada conocemos de los que no. Si realmente quisiéramos saber, tendríamos que haberles hecho a cada víctima fatal, y a cada accidentado también, una prueba de drogas, algo que en el pasado, e incluso en la actualidad, por razones legales, logísticas e incluso culturales, es irreal.
También está lo equivocado del peso de la prueba. Escalar, y a mayor abundamiento el alpinismo también, no es acerca de muerte, sino vida; enfrentando riesgos con coraje y estilo, pero sobreviviendo. Por lo tanto, si no estoy seguro de los efectos de la marihuana en la escalada, la actitud correcta es esperar a que “se pruebe que no haga daño”; y no como se acostumbra a hacer hoy que se fuma hasta que “se pruebe que haga daño”. Que es lo mismo como si les regalaran una cuerda de cochayuyo prensado y se pusieran a escalar con ella solo porque no existen registros que alguien se haya matado usando una soga de huiros.
Y a eso hay que sumarle la mentira. Son muy pocos quienes admitirían, si es que les ocurre un accidente, que estaban bajo los efectos de la marihuana. Se lo pueden decir a algún amigo o a la novia, pero no lo ventilarán abiertamente. Porque eran los instructores a cargo de un grupo, porque estaban contratados por una empresa, por simple vergüenza a la exposición pública, o por evitar reproches de los seres queridos. Pero, sea cual sea la justificación, que mienten, mienten.
O sea. Que a la fecha, tras 200 víctimas fatales, sólo 1 haya fallecido porque su juicio estaba obnubilado por la marihuana…
Santos porros mentolados, Batman. Ni yo me creo eso.
Exprésate
¿Pero a ver macho de pelo ralo? Tanto que hablas y no te manifiestas. ¿Qué opinas tú?
Pues que escalar, en cualquiera de sus expresiones (deportiva, tradicional, hielo, big-wall, alpina), es lo suficientemente peligrosa en sí como para además meter factores cuya real implicancia es desconocida. Lo que significa que mientras la marihuana no se demuestre inocua para escalar, debería abstenerme de su consumo. Y que, por último, si voy a fumar, bueno ya, fumo. Pero solo yo, sin involucrar a terceros cuyas vidas estén en mis manos. De lo contrario, caería en actitudes irresponsables y de carácter criminal. Y punto. Al pan pan, y al vino cerveza. Si fuma, no escale.
Y si quieren más detalles, yo no necesito esperar estudio científico alguno para “saber” que la cannabis es altamente peligrosa para las actividades al aire libre. Porque es obvio que estar escalando con alguien que ha fumado marihuana, casi por definición, es estar con alguien “ido”. Poco o mucho, pero “ido” al fin y al cabo. Lo cual en términos de comunicación, coordinación y toma de decisiones significa que no está a su mejor nivel y, luego, limitado. Y yo necesito, mi escalada necesita, que quienes participen estén en su mejor forma posible, enfocados. Porque están en juego nuestras vidas.
¿Cuántos de ustedes aceptarían subirse a un avión sabiendo que el piloto está fumando marihuana?
Escalada social
La liberación del fenómeno de la marihuana en la sociedad llevará a más gente fumando abiertamente en el mundo de la escalada. Es más, lo que vemos hoy es nada con respecto a lo que se ve venir. Lo que implica que, de no mediar un acto explícito de nuestra parte, y de aquí venía la razón para haberme detenido en contar la historia del cigarro, estos límites no se los autoimpondrán los que consumen marihuana. Será la sociedad que tendrá que hacerlo. Y eso pasa por nosotros. Tú. Yo. El que fuma, ya sea por ignorancia, egoísmo o debilidad, no lo hará.
Lo que significa que aquellos que son afectados por el comportamiento de los marihuaneros deberán, quiéranlo o no, pararse y hacer ver su opinión. Decir “no quiero que fumes aquí”, “no quiero que fumes ahora”. Lo cual implica, regresando a la historia que dio comienzo a esta conversación, que Nogali debería desencordarse, agarrar su mochila y, antes de irse, decirle a todos los que estaban sentados en el piso mirándole el trasero que “si quieren escalar conmigo, la próxima vez será sin marihuana”.
Este manifestarse, este alzar la voz en un grupo al cual uno desea pertenecer, es claramente un trauma para el alma nacional del Nuquemacona (nunca quedas mal con nadie), esa como aspiración de que todos nos quieran. Lo cual exige ser conciliador y dejar que las cosas ocurran sin juzgar o criticar. Actitud muy conveniente además, porque nos ofrece un ropaje decente para ocultar lo cobarde que somos, dado que no somos capaces de pararnos frente a nuestros pares cuando algo está mal y decirles “NO”.
Claro. Pero así demostrarías inteligencia, convicción y carácter, características que socialmente no te hacen precisamente popular.
Pantalones puestos, faldas sueltas
Pero tú no eres una gallina, ¿cierto? Si algo no te gusta, vas y lo dices. No tienes problemas en reclamar o hacerte respetar. Estás en control. Eres un macho bien macho; o hembra bien hembra.
Pues veamos. Suponte que vienes bajando de Farellones en un jeep con 4 amigos más; tras un día largo, con algo de nieve y hielo en las curvas. Vas en el asiento de atrás, pero puedes ver claramente cómo el conductor saca un porro y comienza a fumárselo mientras está al volante.
¿Qué harás tú, pequeña y cobarde sabandija? ¿Serás tan bravo como te vanaglorias de ser y pedirás que detengan el auto? ¿Te atreverás a bajarte de él? ¿O harás lo que siempre haces? ¿Quedándote callado porque nunca quedas mal, quedas mal, quedas mal con nadie?
Exacto. Imbécil.

 


 

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