Enero 2025
Tras describir los incidentes de las 45 fatalidades que se produjeron en nuestros ambientes de montaña en la post pandemia (ver artículos anteriores), quisiera cerrar el ciclo con alguna reflexión. Y, entendiendo que son múltiples las derivaciones que surgen de este delicado tema, la que me pareció más apropiada para sostener una conversación constructiva hoy, en este país llamado Chile, es remarcar que de una vez por todas debemos dejar de ser prostitutos.
Cebollera culpa
Pueden no creerlo, pero la influencia e importancia de las actividades de aventura en Chile no ha mejorado en los últimos 100 años. Situación que podría extrañar, pues se supone que si algo es beneficioso en múltiples niveles, debería acabar incidiendo en el desarrollo integral de la sociedad que lo comprende. Se supone.
Las causas de tal estancamiento son multifactoriales, pero la mayoría de ellas se originan en la brutal asimetría en la experticia que existe entre sus cultores y el resto. Dicho de otro modo, no importando que tan bien o malintencionados sean, el administrativo que controla el acceso a un área silvestre, el alcalde que ha de resolver los reclamos de los vecinos, el gobernador que implementa una normativa, el periodista en el noticiario o el carabinero en un retén, no tienen idea de estas actividades. Consecuentemente, sus acciones no son más que una larga cadena de ignorancias, errores y torpezas, todas ellas estructuradas en torno al criticar, multar, castigar, exigir, cobrar y prohibir. Esta última con saña: prohibir, prohibir, prohibir.
Ante lo cual, inmediatamente nace preguntarse… Y, bueno, ¿de quién es la culpa?
Apuesto a que ahora estarán esperando a que yo responda “nosotros”. Y, sí, así es. Es nuestra culpa. Somos nosotros los que hemos alimentado este monstruo que ahora nos devora.
Casi vomito de lo cebollera de la metáfora. Pero… es verdad.
Pasatiempo nacional
Para que no queden dudas, cuando digo “nosotros”, me refiero a todos nosotros. Escaladores, montañistas, excursionistas, profesores, esquiadores, trekkeros, rescatistas, instructores, guías, dirigentes, fans y la gama completa de todo aquello que conforma esa vaga y amorfa experiencia chilena en el ambiente outdoor.
¿Y por qué es nuestra culpa?
Porque hemos tenido zillones de oportunidades en el pasado para transmitir correctamente los fundamentos de nuestro “hobby”, dentro de los cuales el más importante jamás fue sincerado como correspondía; esto es, que YO hago actividades riesgosas porque YO quiero.
Idea basal a la cual podría agregar otras variaciones, como por ejemplo que, mientras se respete la ley, soy libre de hacer lo que se me venga en gana, que no tengo por qué explicarle nada a nadie o bien que se me viene un carajo la opinión de los demás. Agresiva postura que en un país delicado de piel pasa por mala educación, pero que en este caso era (y es) necesario para establecer una conversación honesta.
Por el contrario, por flojera o cobardía no tomamos tal camino y, con ello, validamos el surgimiento de ideas equivocadas, tales como que la escalada es un deporte más (equivalente a una pichanga en un camping) o que sí es posible “la práctica del montañismo seguro”. Postura de cómoda inacción y silencio, a la cual pronto se le suma el ejercicio del verdadero pasatiempo nacional: mentir.
O sea, ya, disculpen, exagero. En realidad no es mentir, sino que callar, ocultar, evadir, simular. Que en círculos sofisticados ABC1 se le llama matizar, pero que, no nos engañemos, al final del día es nada más y nada menos que… mentir.
No mamá, si solo voy a un paseo. No jefe, jefecito, nada malo va a pasar en la salida; si es como jugar paddle. No señor carabinero; estas cuerdas que se ven por el costado de la mochila no son para escalar, sino que para hacerme una hamaca y así ver cómodo los ciclos reproductivos de las golondrinas salamandra.
Estadísticamente esperable
Este ejercicio de “matizar” puede parecer inofensivo y hasta necesario para navegar bien las turbulentas aguas de las relaciones interpersonales. Sin embargo, cuando se instala como forma de vida, impide el desarrollo; tal y como exactamente sucede con el tema que dio origen a esta serie de artículos: los accidentes de montaña.
Estos pueden ser producto de negligencias, mala fortuna o riesgo asumido (habría que ver caso a caso), pero a estas alturas ya debería habérsenos hecho evidente que son parte del “juego” y que, nos guste o no, seguirán ocurriendo. O que, expresado más académicamente, dado que estamos hablando de acciones de riesgo, el resultado de morir no es despreciable y, luego, estadísticamente esperable. Racionamiento que, si fuese confesado a los actores con quienes nos relacionamos (familiares, amigos, autoridades, legisladores), debería redundar en una “normalización” de la accidentabilidad. Concepto que suena pésimo, lo sé, pero cuyo ingreso a la discusión pública sería bienvenido porque permitiría finalmente progresar al dar cabida a un relato que se construye sobre la verdad; no la mentira.
Por supuesto, tan imbécil no soy, si te llaman de una universidad para organizar un grupo de montaña y de entrada les dices algo así como “es una actividad de riesgo y la gente puede morir”, no alcanzaras a terminar de decir “chocopanda” y ya te habrán cortado. Sin embargo, cuando tiempo después alguien efectivamente llegue a accidentarse en alguna salida del tal supuesto colectivo, tu honestidad será súbitamente recordada.
Pero eso no es lo que hacemos. Al contrario; matizamos tanto el relato que al final lo único que logramos es alimentar mitos y crear irreales expectativas. Entonces, así visto, ¿les extraña que, cada vez que suceda una tragedia, se produzca una cuasi hecatombe? ¿Con una cobertura mediática que alimenta obsesivamente el enojo de un país que no deja de buscar irresponsables y culpables?
Histeria ineludiblemente acompañada, era que no, por cuestionamientos a la actividad como un todo. Que es la reina madre de las estupideces, porque es equivalente a que, porque alguien se ahogue en el mar, se prohibiera nadar.
Ahora que lo pienso… En una de esas… Chile es bien capaz de intentarlo.

Nosotros sabemos, tú no
Para peor, estos problemas se potencian porque, por alguna razón que se le escapa a las neuronas que la metanfetamina me va dejando, Chile se ha involucrado en la cuestionable dinámica de proveer seguridad a rabiar. A todo evento. A la fuerza. Quieras o no.
Evidentemente nadie podría criticar el desarrollo de un robusto contrato social que proteja a sus ciudadanos, pero lo que hacemos en nuestro país, en cuanto a lo que son las áreas silvestres, va por otro lado: es quitarnos el derecho a tomar nuestras propias decisiones. Una actitud de paternalismo que, aunque se vea respaldada con alguna trasnochada ley, no es más que un abuso de autoridad; uno que, para hacer mayor el insulto, no deja de justificarse con el mantra del “lo hacemos por tú seguridad”. Contexto que nos coloca en una posición defensiva desde donde, tras registrar en un formulario hasta cuántas tapaduras tengo, no queda otra que rezar para que, por favor, el omnipotente fiscalizador de turno en el último control nos deje pasar.
Momento en el que me comienza a tiritar la vena del ojo y me hace decir… ¿HASTA CUÁNDO? ¿Soy o no un mayor de edad? ¿Puedo tomar la decisión que yo estime conveniente? ¿Puedo? ¿PUEDO SEÑOR? Pues si es así, entonces es asunto mío si yo entro a un valle en invierno y no tengo porqué re-chauchas explicárselo a nadie.
Seguridad a la fuerza que, aprovecho de comentar, solo sucede aquí (y, bueno, también en el Congo, Bangladesh y Turkmenistán). No en los países con real cultura de montaña, puesto que en ellos los límites de la responsabilidad individual en los ambientes salvajes han sido delimitados siglos atrás; incluyendo aquí la adecuada resolución de temas relacionados, como el acceso o los rescates. Los cuales, si bien se pueden abordar con medidas razonables, en Chile solo se usan como excusas para impedir que tomemos nuestras propias decisiones.
Pero, claro, como nunca fuimos capaces de comportamos como adultos, era esperable que acabaran tratándonos como niños.

Basta
Así es que, amigos míos, basta de “matizar”.
No doren más la píldora. No permitan que les secuestren el relato. No cedan a la tentación de decir lo que los otros quieren escuchar y no se queden callados cuando salga en alguna conversación o documento la insufrible muletilla del “montañismo seguro”. Simplemente digan la verdad: estas actividades son peligrosas y las hago porque quiero.
De lo contario, no harán más que claudicar por un mísero par de monedas en aquello que ustedes tanto creen y aman. Lo que al final del día curiosamente lo único que hará es empobrecer.
Tu libertad, nuestras vidas y la verdad.

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