Al modo de Charpoua
Por Floran Tomei
Fotos de Pierre Cadot
Desde la cuenca del glaciar de Charpoua se ve el lado derecho de Mer de Glace (que significa mar de hielo, en español) cerca de Chamonix, Francia. Rodeada de famosas cumbres como la Aiguille Verte (4.122 metros) y Les Drus (3,754 metros), Charpoua es un mirador ubicado entre el cielo y el infierno, con la cima de Flammes de Pierre al norte y la cadena eclesiástica de Moine-Nonne-Evêque-Cardinal al sudoeste. Un pequeño refugio con una sola habitación se lleva todas las miradas en el centro de este santuario de granito asentado sobre un islote de roca.
Construido en 1904 con planchas de pino transportadas en las espaldas de los miembros del Chamonix Alpine Sports Club, el histórico Refugio de la Charpoua es una parada obligatoria para los montañistas que ascienden las legendarias cumbres de Les Drus. Tanto como punto de inicio y final para muchas magníficas travesías de montaña y demandantes rutas de la escalada moderna, sólo es posible acceder a la cabaña luego de una larga caminata desde la estación de trenes de Montenvers. Ascensos infartantes, cruce de glaciares y morrenas inestables son parte del camino hacia el refugio, lo que está muy lejos de parecer una caminata por el parque. Este no es un refugio para turistas. Solo escaladores experimentados y algunos senderistas muy determinados lograran cruzar el umbral.
Hace ocho años, Sarah Cartier, una joven de Chamonix decidida a convertirse en su propia jefa, decidió cuidar de este puesto avanzado ella sola. Desde mediados de junio y hasta finales de agosto, ofrece comida y alojamiento a los escaladores. Desde ahí proporciona información, se mantiene atenta a su progreso y ofrece primeros auxilios cuando es necesario. Sarah sabe cómo hacer caso omiso de los comentarios chauvinistas que todavía son demasiado comunes en el mundillo alpino tradicionalmente dominado por hombres. Y todo esto lo hace junto a sus hijos, hasta que las temperaturas bajan y el glaciar cierra el acceso a Les Drus por la temporada.
Para Sarah nunca tuvo la encrucijada entre abandonar su puesto de cuidadora de esta cabaña o dejar a su familia en la ciudad. Con el apoyo de su pareja, Noé, logró acomodar las cosas para llevar a su familia a la alta montaña. Así, para la temporada 2019 subió hasta Charpoua con su primogénito, el pequeño Armand, en la espalda. Durante ese primer verano, Armand se sentaba en una silla de bebé frente a la ventana, desde donde podía ver el exterior y observar a las choucas (o chovas alpinos, un tipo de ave emblemático de los Alpes). El pequeño se obsesionó tanto con ellas que al final del verano, antes de aprender a hablar, ya podía imitar su trinar.
Sin agua potable ni electricidad, las comodidades del refugio son limitadas. Los baños, ubicados detrás de la cabaña, son poco más que unos bloques de granito y darse una ducha es solo una fantasía. La construcción está hecha en una sola habitación. En un costado está la cocina, con una mesa de madera de cien años, y en el otro hay dos separaciones de madera que albergan casi doce camarotes. Todo está organizado de manera muy inteligente para no desperdiciar ni un solo centímetro y mantener a los montañistas lo más cómodos posible. El menudo tamaño del refugio garantiza mucho calor humano o bien una apretada falta de privacidad, todo dependiendo del humor de los visitantes.
Con la llegada de los niños, la vida en el refugio se ha tenido que adaptar y el espacio ha sufrido algunas modificaciones. La terraza ha sido rodeada con una red para prevenir accidentes y se anexó un pequeño dormitorio, construido por Noé, el esposo de Sarah, que tuvo que ser ubicado en su sitio con un helicóptero a unos pocos metros del refugio. Durante el verano de 2022 el pequeño Armand regresó con tres años y Camille, una bebé de 10 meses, visitó Charpoua por primera vez. Se han ido necesitando más improvisaciones en el proceso, incluyendo algunos voluntarios para ayudar con las tareas del refugio. Pero nadie se resiste a los chistes de Armand en su pijama de esqueleto ni a la enorme sonrisa de Camille. Los escaladores muchas veces tienen que improvisar sus habilidades de cuidar niños a la hora de preparar la comida.
Sarah y los niños se despiertan a las 6:45 todos los días para preparar el desayuno a las 7:00 en punto y ordenar cualquier desorden que haya quedado de la comida a las 2:00 a.m. cuando los alpinistas salen para comenzar sus rutas. Luego comparten un café con los senderistas más relajados u otras personas que hayan dormido en el refugio cuando vienen de regreso tras haber alcanzado sus objetivos en la montaña. Después de todo, es el típico trabajo de un hostal (lavar, hacer camas, ordenar las cuentas y luego preparar la cena). Sarah intenta hacer la mayor parte de sus labores durante la mañana para que los niños se puedan quedar dentro, ya sea por el tiempo o por seguridad, mientras mamá se ocupa de sus quehaceres. Y como muchas personas que trabajan con sus niños a cuesta, generalmente Sarah lleva a Camille firmemente amarrada a su espalda.
Cuando el tiempo está bueno Sarah pone el corral de la bebé afuera. Cuando no, prepara una masa sencilla y le ayuda a Armand a esculpir representaciones de los ruidos de la tormenta que se escucha afuera. ¿Cómo se ven el viento y el granizo al modelarlos con masa para monstruos? Tienes que visitar Charpoua para descubrirlo.
La familia almuerza y pasan tiempo juntos por las tardes, luego es la hora de la siesta y del baño. Más tarde, reciben nuevos huéspedes y preparan la cena antes de lavarse e irse a la cama. A Sarah le gusta pensar que entrega algunas cosas que son esenciales para la vida: hospedaje, comida, cuidados y pedir auxilio si es necesario. Todas son cosas maravillosas para enseñarles a los pequeños. “Tener niños en este lugar nos ha traído una suerte de rebalance de las relaciones”, comenta Sarah. “Cuando algún montañista se da cuenta de que he traído sola a mis hijos hasta aquí, dice que escalar Les Drus no es tan difícil después de todo”.