La historia de cinco chilenos en el Fitz Roy

Con todas las ganas y superando varias complicaciones, desde fiebre, hasta caídas de rocas y tráfico en la mitad de la pared, esta cordada se enfrentó a este gigante de roca de la Patagonia. Acá narran cómo fue su expedición. 

Texto por Nicolás Tapia – Fotos de Patricio Díaz

Pasó muy rápido, pero la imagen quedó grabada a fuego en mi cabeza. Fue ese instante el que me sacó del estado de relajo en el que me encontraba y me recordó dónde me había metido: estaba desescalando el glaciar Fitz Roy con mis compañeros Negro (Miguel Bohem), Quisco (Francisco Galilea), Bernardo (Concha) y Pato (Patricio Diaz). Uno de mis compañeros captó mi atención, en la parte más expuesta de la canaleta de nieve y hielo (65° de inclinación aprox.) tuvo que detenerse un segundo y tirar su cuerpo contra la nieve, una potente rafaga de viento le quitó el equilibrio y, en ese instante, solo yo pude ver cómo un bloque macizo del porte de una rueda de camión, que venía rodando desde muy arriba, con la energía suficiente para destrozar un auto, por azar o por destino, apenas lo evitó,  y él ni siquiera se enteró. Aún no era momento de relajarse.

Partimos los cinco, tres días antes, el martes en la tarde, destino la ruta Affanasieff del cerro Fitz Roy. Montaña emblemática de la Patagonia, la cual capta la atención de todo aquel que ha tenido la suerte de visitar el Chaltén, el Fitz Roy no solo corona el macizo de roca del mismo nombre, también encanta con su verticalidad, dimensiones y enormes neveros. Durante la mañana tuvimos varios problemas logisticos y la expedición casi se cancela debido a que teníamos dos compañeros enfermos, Negro y Quisco, con fiebre y problemas respiratorios. Decidimos evaluar, durante la caminata, cómo evolucionaban y ahí definir si estaban o no aptos para escalar.

La aproximación se inicia en el estacionamiento del río Eléctrico, ubicado a unos 10 km desde el centro del pueblo, tramo que realizamos en auto. Desde aquí son unas cuatro horas de caminata por tupidos bosques de lengas y praderas abiertas, donde se debe enfrentar una fuerte subida final para llegar al campamento base, “Piedras Negras”.

A las 3:00 am fijamos nuestro despertador para empezar el primer día de escalada, fueron aproximadamente una hora y media desde el campamento hasta el paso “El Cuadrado» que nos permitió ver el lado oeste del valle, solo pudimos ver la silueta de nuestro objetivo, aún no amanecía. De ahí quedaban tres horas más de travesía por glaciar y una morrena, relativamente fácil, hasta alcanzar el pie de vía. Decidimos hacer toda la primera parte de glaciar y de roca descompuesta sin encordarnos, para ahorrar un poco de tiempo. Aproximadamente a las 8:30 am ya estábamos montados en el primer hombro de roca, después de unos 300 metros de escalada fácil. Acá hicimos nuestra primera parada y  tomamos desayuno, con una vista panorámica del glaciar, el Cerro Torre en primer plano y campo de hielo a la distancia.

La ruta tiene unos 1.600 metros de escalada en total, de los cuales solo 500 metros presentan dificultad técnica, con placas de roca más verticales y «agarres» más pequeños. Fue en estas secciones donde nos topamos por primera vez con otros equipos de escaladores, que iban tras el mismo objetivo, estos nos entorpecieron el avance (escalaban más lento que nosotros). Y acá cometimos nuestro primer error: decidimos no adelantar, nos relajamos, comimos, descansamos, tomamos algunas fotos y algo de sol.  Llevábamos 500 metros aproximadamente de escalada en menos de tres horas, muy buen ritmo.

El día de escalada no podía ir mejor, teníamos un sol increíble, ninguna nube a la vista, estábamos escalando la cara oeste del Fitz Roy, por lo que teníamos una vista panorámica hacia Chile y la inmensidad del campo de hielo. Podíamos ver en el horizonte, más allá de las cadenas montañosas, cómo el hielo se funde con el cielo y se pierde toda perspectiva.

Disfrutando de la escalada más vertical y técnica tuvimos un problema, uno de mis bototos de montaña (que llevaba clipeado a mi arnes) se rompió, cayó al vacío. No le tomé el peso en ese momento, pero una vez que volviéramos a tocar el glaciar tendría un bototo y una zapatilla de escalada para retornar al campamento.
El día continuó más o menos igual, disfrutando al máximo la escalada y con largos descansos para esperar que los equipos argentinos progresaran. En estos descansos aprovechamos para derretir nieve (fuente principal de agua en la pared) y comer algo ligero. Todavía Quisco y Negro seguían con algunos sintomas, principalmente, fiebre y mareo, los cuales redujeron con una mezcla de ibuprofeno, trioval y un poco de agua.

El atardecer fue muy largo, a eso de las 22:30 horas teníamos las últimas luces y todo se calmó a nuestro alrededor. Aún nos faltaban unos 100 metros para llegar a nuestro vivac, íbamos sintiendo lentamente como bajaba la temperatura y empezaba a soplar el viento. Estábamos bastante agotados y deshidratados, pero teníamos que seguir adelante. Llegamos, finalmente, a la 1:30 am al vivac, y nos encontramos con la peor sorpresa posible: estaba cubierto por nieve y lleno de gente. Tuvimos que improvisar en una terraza de un metro cuadrado, muy expuesta al viento, y ahí tuvimos que meter cinco personas con su respectivo equipo. Esa noche no dormimos prácticamente nada, la incomodidad y el viento causaron estragos. A las 6:00 am, con las primeras luces, ya estábamos desayunando. No lo podemos creer, pero ya era hora de activarnos y ponernos en marcha.

En la mañana tuvimos el suceso más bizarro que me ha tocado ver en la montaña. Estábamos listos para partir y Quisco arrancó primero a toda velocidad para evitar atochamientos, pero al mismo tiempo había otros tres equipos listos para comenzar. Sin respetar ninguna ética todos los equipos argentinos arrancaron al mismo tiempo y por 200 metros de escalada estuvimos compitiendo por ir primeros. Como era de esperarse, se generó un enredo gigante de cuerdas, unos escaladores pasan por sobre otros, caída material y los menos experimentados se aferraban de las mochilas de aquellos que escalaban mejor; un espectáculo nunca antes visto (por mi, al menos), una especie de carrera de autos chocadores en la montaña. Por suerte, llegamos a secciones más verticales y de mayor dificultad, donde destacamos por sobre los trasandinos en velocidad y pudimos seguir adelante con el camino libre.

El último tramo hacia la cumbre lo realizamos por terrenos fáciles, trepes y gateos que pudimos sortear escalando en simultáneo. Con gran velocidad, llegamos a eso de las 14:00 horas a la cumbre. No lo podíamos creerlo, fue un momento muy especial para cada uno de nosotros, cada uno con su historia y sus motivos personales para estar ahí. Negro, no se aguantó las lagrimas y las deja correr con orgullo, él y Quisco pelearon contra los elementos y contra su cuerpo el cual, dea momentos, se quería rendir y sucumbir ante la fiebre. Pero estábamos todos arriba y era un carnaval. Los gritos loquisimos de Bernardo nos animaron a todos, no podíamos parar de sonreír y estallamos en carcajadas de la nada.


La vista en 360° que ofrece el Fitz es única, desde campo de hielo hasta la estepa argentina, los distintos lagos turquesa de esta zona, la cadena montañosa compuesta por las distintas agujas (Guillomet, Mermoz, Val Bois, Poicenot, Rafael Juarez, Saint exupery, entre otras) estaban todas a nuestros pies y alineadas perfectas en un eje norte sur. No nos queríamos perder ningún detalle. Nos encontramos en la cumbre con un equipo argentino, no existía recelo por lo vivido en las primeras horas de la mañana, estábamos todos felices por estar compartiendo ese momento en la cumbre.

Fueron aproximadamente 45 minutos los que pasamos en la cumbre, 45 minutos que marcaron un hito en nuestras vidas y que nos quedarán para siempre grabados. Pero ya teníamos que partir, necesitábamos encontrar nuestra línea de descenso y empezar a bajar lo antes posible, la bajada es larga y con los fuertes vientos que se anticipaban para el día siguiente. Una bajada que prometía más de un problema.

Rapeleamos por seis horas aproximadamente, hacia el pilar Goretta, y llegamos al hombro de roca aproximadamente a las 22:00 horas, con las últimas luces. Acá nuevamente tuvimos que improvisar un vivac en condiciones lejanas a las óptimas. Estábamos en un pequeño corredor de viento sin ninguna protección. Nuevamente nadie durmió.

Con las primeras luces tuvimos que salir, el hambre, el frío y la deshidratación calaban hondo, pero había que partir. Malas noticias, el viento había empezado a soplar antes de lo señalado por el pronóstico, estábamos obligados a escapar cuanto antes. Bernardo y Negro se ocuparon de sacarnos del hombro y llevarnos a la cumbre del pilar Goretta. De ahí en adelante quedaban 20 rapeles que nos pusieron nuevamente en tierra «firme». Así llegamos a la canaleta de hielo donde empezó nuestro descenso al glaciar.


Fueron cinco rapeles más para salir de la canaleta, con nieve y rocas sueltas, para dejar de depender de nuestras cuerdas, de aquí en adelante teníamos que desescalar el glaciar de faldeo del Fitz para llegar nuevamente a terreno seguro.

Retomamos el relato en el glaciar, íbamos bajando con crampones poco aptos para las condiciones, con dos piolets para cinco personas (lo normal sería al menos un piolet por escalador), con condiciones de nieve muy dura, hielo y rafagas de viento por sobre los 60 km/h. Mi compañero acababa de salvarse de la roca que casi lo mata.

Estábamos los cinco intentando cruzar entre rimayas y grietas del glaciar hasta llegar a un terreno menos expuesto a la caída de material. Quisco se adelantó al grupo, cruzó dos canaletas de roca y nieve hasta llegar a una canaleta de menor inclinación donde la nieve estaba mucho más blanda, no presenta grietas, ni posibilidad de caída de rocas. Nos gritó a la distancia que encontró la bajada y todos respiramos con alivio en un suspiro colectivo, ya estábamos a salvo.

La bajada por la canaleta fue un agrado, nieve muy suave y la pendiente justa, Bernardo no se aguantó y, como un niño, se fue corriendo y deslizando de rajapoto, tengo algunas fotos de esto, pero no hay cámara capaz de capturar esa alegría, ni lente lo suficientemente agudo como para captar el alma de un niño brotando a borbotones por los poros de un adulto. Nos reunimos todos abajo del glaciar, solo quedaba retornar al paso «El Cuadrado», bajar al campamento en piedras negras y volver al Chaltén, el peligro y dificultad ya habían pasado. Por mi parte tenía que continuar todo el descenso y caminata con una zapatilla de escalada empapada y congelada, no sentía muy bien los dedos de los pies, pero no había remedio.

Llegamos al Chaltén a eso de las 3:30 am, hambrientos y desesperados por una cerveza. Esa noche celebramos la vida, la amistad y la libertad de seguir sueños por locos o distantes que parezcan. El mundo seguía exactamente igual, nada cambiaría por nuestra pequeña hazaña. Fue algo totalmente personal. Solo nosotros sabremos realmente cómo fue la experiencia y solo nosotros podremos valorarla realmente. Dudo que vuelva a tener una oportunidad de compartir con cuatro amigos nuevamente algo tan único como nuestro primer ascenso al Fitz. Al final, lo nombramos escalada «modo fiesta», porque independientemente de lo complejo de la situación, no paramos nunca de reír y disfrutar la fiesta en la vertical•

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