El llamado de una cumbre (casi) desconocida: ascenso al cerro Kristine

Cerro Kristine. Foto: Cristina Prieto


Siguiendo las huellas de las leyendas del alpinismo, tres escaladoras fueron por la cumbre del poco conocido y poco escalado cerro Kristine. Así, consiguieron la cumbre más alta de la Cordillera de Jenimeni en la Patagonia.
Por Cristina Prieto
Por muchos años había sentido el llamado de un cerro desconocido para casi todos. Esta montaña de 2.405 mts, la más alta de la Cordillera de Jeinimeni en la Patagonia Chilena (¡está documentada falsamente en Alpine Ascents como Argentina!) registra su primer ascenso el 2008 por, nada más que Douglas Tompkins, Yvon Chouinard y Jeff Johnson.
Este llamado me llevó a que, en 2019, intentáramos llegar a la cumbre con Zeno Wicks y Michelle Leonard, por una arista rocosa que no había sido escalada anteriormente. Las malísimas condiciones climáticas de viento y mala visibilidad nos impidieron llegar, quedando a 200 metros de la cima.
Dos años después lo conseguí. Y quizás tiene algo de mágico el que el 8 de diciembre del 2021 Rebeca Cáceres y yo llegáramos a su cumbre, justo el día en que se cumplían seis años desde la muerte de Doug Tompkins, gran hombre que bautizó esta montaña como Cerro Kristine, en honor a su esposa.
La idea se comenzó a materializar a finales de noviembre, tomando mate con mi amiga, vecina y cordada Rebe Cáceres, comenzamos a soñar con el Cerro Kristine. Medio ciegas de tanto buscar la ruta en la app Fatmap en el celular, abandonamos una idea original mía de subir por el norte, escalando unos escarpes del terror y conectando al glaciar que baja de la cumbre. Los papeos de Isidora Llarena, que había subido un año atrás con Nadine Nahdler y Ben Wilcox, nos convencieron de ir por la ruta tradicional (cuesta hablar de la ruta normal en un cerro que debe de tener poquísimos ascensos, yo solo le conozco cuatro: la primera el 2008 que ya mencione, Felipe Cancino en solitario el 2013, la cordada de Nadine, Isi y Ben el 2020 y nosotras, pero sería muy extraño que nadie más lo haya subido, en fin, un misterio).
La Rebe y yo andábamos en la típica de los montañistas, mirando cuanta aplicación de meteo existe en internet, ¡veinte veces al día!, esperando la ventana de buen tiempo. Entre tanto, llegó, desde las tierras del norte, nuestra otra vecina, cordada y amiga Paty Soto, así que la sumamos a la aventura.
El lunes 6 cargamos camioneta y manejamos rumbo al sur después de almuerzo, ¡la ventana ya había comenzado! Habíamos visto que el día de menos viento seria el miércoles. Iba a ser un pegue brutal porque teníamos poco tiempo: la Rebe tenía un live en Instagram el jueves en la noche y mi hija Itzel daba la prueba de transición el jueves y viernes. Teníamos que estar de regreso en la Matrix en dos días, pero parece que a las tres nos gusta esto del masoquismo, de caminar por horas y horas.
Pasado Guadal, entramos por un camino vecinal en Mallín Grande. Tras unos kilómetros nos encontramos con un árbol caído que bloqueaba el paso. Como ya era casi de noche, decidimos estacionar y vivaquear. Unos pobladores pasaron más tarde y despejaron una pasada, así que al otro día temprano, después de unos mates, seguimos manejando. Cruzamos el vado Viviana y estacionamos a unos 12 kilómetros de la Pampa del Zorro, nuestro Campo Base. Comenzamos nuestra caminata con un cruce de río y seguimos la huella internándonos por el valle del Río Maitén. Llegamos bastante temprano a nuestro campamento, pero costó encontrar agua, ya que la poquita agua que había en la vega tenia demasiada caca de vaca flotando encima.

Sorteando la aproximación. Foto: Cristina Prieto


Tras encontrar una vertiente a la que bautizamos Agua de Huemul, montamos la carpa y la Paty nos preparó unos liofilizados que estaban para chuparse los dedos. La noche transcurrió tranquila (aunque a Paty la despertó el huemul que andaba curioseando por ahí).
La alarma nos despertó a las 4 a.m. Mate a la vena ¡y a caminar se ha dicho!
Encontramos una huella de animales que se internaba por el bosque y nos salvó de tener que arrastrarnos por la tupición de la lenga achaparrada. Mientras amanecía, nosotras subíamos hacia un filo, desde donde disfrutamos de la vista de los colosos de la Patagonia: el Campo de Hielo Norte en todo su esplendor y, asomándose hacia el sur, el Monte San Lorenzo.
Descendimos hacia unas laderas de nieve, donde nos pusimos los crampones y cruzamos una arista muy expuesta para llegar al glaciar donde nace el Río Furioso. Ahí, nos encordamos y comenzamos a acercarnos al Kristine. Se veía más difícil e imponente de lo que habíamos pensado. La arista suroeste, que pensábamos seguir, estaba muy seca y la cara nevada sur parecía ser nuestra mejor opción. Nos desencordamos en la zona de compresión y empezamos a escalar. En un momento, la pendiente alcanzó casi los 60 grados y a mí ya no me daba para subir con técnica francesa y empecé a aplicar piolet puñal. La exposición también le ponía lo suyo y en un momento la Paty sugirió que volviéramos a sacar la cuerda, así que la Rebe le lanzó un cabo. Un poco más arriba, la Rebe se topó con una capa de nieve muy delgada así que yo me dirigí hacia la arista que ahora se veía mejor. Paty se desencordó y me siguió y la Rebe nos gritó que nos juntáramos más arriba, porque desescalar ya no era opción.

Cristina llegando a la cumbre. Foto: Rebeca Cáceres


En la arista, la Paty nos dijo que prefería quedarse esperándonos ahí, porque estaba un poco preocupada de su nivel de energía para la vuelta. Con mucha humildad se rio de sí misma, diciendo que habían sido muchos los años en que no se había puesto crampones. Yo me junté con la Rebe un poco más arriba y seguimos subiendo por el filo cumbrero. Antes de lo que yo esperaba, alcanzamos la cima: una aguja helada con una vista impresionante de la Patagonia en todo su esplendor. No corría ni una gota de viento. Sacamos unas fotos, comimos unos chocolates y para abajo, a desescalar.
Nos juntamos con la Paty y seguimos bajando, esta vez por la arista. La Rebe monto un rapel que nos alivianó la bajada del último escarpe y ¡remató desescalando ella para que no tuviésemos que abandonar nada de equipo!

Rebe y Cristina en la cumbre.


 

Rapel de bajada. Foto Rebeca Cáceres


Más contentas que perro con dos colas, bajamos de vuelta al campamento y tras comer todo lo que nos quedaba y reponernos con unos mates, aprovechamos que el calor de la tarde empezaba a bajar y nos dirigimos de regreso al auto. Los ríos estaban muy crecidos con el calor, así que en el último cruce decidimos que era más prudente vivaquear. Al día siguiente, llegamos al auto a tomarnos las cervezas planificadas para la noche anterior… ¡y nos dio lo mismo que no fueran ni las 7 de la mañana!
Fue un pegue increíble, en un escenario hermoso y siguiendo las huellas de las leyendas del alpinismo en la Patagonia. Nos consideramos tremendamente agradecidas por esa ventana mágica de buen tiempo. Un honor haber compartido esta experiencia con Paty y Rebe.

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