El piolet asesino
El asesinato de león trotski, el famoso Político y disidente de la unión soviética, está rodeado de mitos. sin embargo, entre las pocas certezas está el arma: un Piolet.
Por Camilo Castellanos
Esa noche, mientras León Trotski leía, Ramón Mercader sacó el piolet que traía debajo de su gabardina, lo empuñó y, como si fuera a arrancar un bloque de hielo, lo clavó en el cráneo de Trotski. Tal vez diferente a la muerte rápida y silenciosa que Mercader esperaba, el revolucionario ruso gritó violentamente y comenzó a defenderse. “Un grito que oiré hasta el final de mi vida”, dijo Mercader en sus declaraciones a la policía. El ruido alertó a la seguridad que rodeaba la casa y rápidamente detuvieron a Mercader. Pero, al día siguiente, el 21 de mayo de 1940, en Ciudad de México, Trotsky falleció por las heridas.
“Un grito que oiré hasta el final de mi vida”
Entre las pocas certezas sobre este asesinato está el arma: un piolet. El original tenía un mango de madera recto y muy pulido, con una espiga de una sola pieza forjada a mano. Tenía una punta de acero abajo y una piqueta o azuela casi aplanada arriba. Debiera haberle llegado a la cintura a Mercader, sin embargo, para poder esconderlo en su gabardina cortó el mango. En la piqueta estaba escrito Werkgen Fulpmes, el nombre de una cooperativa de herreros del valle de Stubai de Austria que, por el tamaño de su producción, no podían formar empresas. La cooperativa luego se convirtió en la fábrica de herramientas Stubai Werkzeugindustrie, que todavía existe.
Y aquí se mezclan los mitos con la realidad. Después de cuatro décadas desaparecido, el piolet con el que Mercader habría matado a Trotski volvió a aparecer. El Museo Internacional del Espionaje de Washington lo va a comenzar a exponer este año. Al parecer, Ana Alicia Salas, una mujer mexicana, lo habría escondido debajo de su cama por 40 años luego de heredarlo de su padre, quien era del servicio secreto mexicano. Ahora, lo recuperó el coleccionista Keith Melton quien lo expondrá en el museo.
Mito o realidad, hay un piolet muy parecido al que salió en los diarios luego del asesinato, con el mango cortado y con restos de sangre en la piqueta. Pese a que Melton ofreció realizar un test de ADN al nieto de Trotski, el familiar del revolucionario condicionó su participación a cambio de que le donaran el piolet para la Casa Museo de Trotski en México, a lo cual Melton se negó.
Matar a un ruso en México
Luego de la revolución rusa, en los años 20, Trotsky se convirtió en enemigo del régimen y especialmente, enemigo de Josef Stalin. Trotsky fue exiliado a México y ahí, el mismo Stalin en un esfuerzo por eliminar a los opositores, lo mandó a matar.
El primer intento de asesinato falló. Un grupo de pistoleros, aparentemente borrachos, llegó hasta la casa de Trotsky en México y la ametrallaron: más de 300 disparos atravesaron las paredes. Trotsky salió ileso. Para el segundo intento, fueron mucho más sutiles.
En 1940, el agente encubierto del servicio de seguridad soviético NKVD, Ramón Mercader, de origen catalán, consiguió entrar en el círculo íntimo de Trotski. Mercader era un joven de 27 años, refinado y guapo, quien, para acercarse a Trotski, habría enamorado a Sylvia Ageloff, su secretaria. El plan comenzó lejos de México, en París “la ciudad del amor”, donde meses antes Mercader habría iniciado una relación con Ageloff que le permitió estar a solas con Trotski en su oficina. Y clavarle un piolet en la cabeza.
La estrategia fue hacerse pasar por periodista y pedirle a Trotski que revisara sus textos. O al menos, esa es una de las versiones sobre cómo habría conseguido llegar esa noche a estar a solas con él, pese a la seguridad que rodeaba la casa.
Días antes del asesinato, Mercader no estaba bien. Al parecer, no tenía la sangre fría que se espera para este tipo de agentes secretos; había bajado mucho de peso y estaba nervioso, no paraba de fumar. Ya tenía la confianza para acercarse a Trotski, pero ahora necesitaba el arma.
Mercader estaba indeciso entre utilizar una pistola automática calibre 45, un cuchillo o un piolet. La pistola haría mucho ruido y el cuchillo exigía mucha precisión. “Pensaba emplear mi piolet que traje de Francia, porque sé manejarlo muy bien y me había dado cuenta en mis ascensiones a las montañas nevadas que con un par de golpes lograba arrancar grandes bloques de hielo”, confesó a la policía después del asesinato, en una de las tantas versiones mitológicas.
Nota:
La foto de portada del artículo es una reconstrucción por parte del equipo de diseño Revista Escalando del piolet original basado en esta investigación periodística.