La historia detrás del ascenso al Huinay: La pared escondida en la Patagonia
Una década después del primer intento, una cordada nacional logró alcanzar, por primera vez, la cumbre del cerro Huinay. Acercamiento en helicóptero, mucha lluvia, trabajo de limpieza y granito de la mejor calidad marcaron este ascenso a los 1.300 metros que hacen a esta pared una de las más grandes de Chile. Y que todavía tiene un potencial inmenso por abrir.
Texto Escalando – Fotos Pancho Herrera.
La historia de la escalada en Huinay, al menos la historia conocida, comenzó hace una década. El fotógrafo Guy Wenborne sacó algunas imágenes en los terrenos de la Fundación San Ignacio del Huinay, un proyecto de conservación e investigación científica a cargo de la Universidad Católica de Valparaíso, en la Región de Los Lagos, en la parte norte de la Patagonia. Las fotos mostraban una gigantesca pared de granito, en medio de un terreno totalmente inexplorado. La única información era su ubicación geográfica.
Estas imágenes llamaron la atención del equipo de revista Escalando y se publicaron en el edición #13. Y la oportunidad de explorar este terreno llegó pronto. Wenborne preparaba un libro para la fundación y necesitaba fotos de los alerces que crecen en las paredes de granito. Y necesitaba escaladores y fotógrafos que pudieran llegar a ellos. Así que se formó un equipo: Erick Vigouroux (actual director de Escalando), Claudio Vicuña y Pancho Herrera. La misión, fotografiar los raros alerces al borde de la extinción y abrir una ruta en esta pared nunca antes explorada.
Tras una aproximación en helicóptero, estos tres escaladores se enfrentaron a esta mole de más de mil metros de altura. Un intento fallido, que terminó en los primeros tres largos, los obligó a dejar el terreno por unos días. Pero volvieron y tras cinco jornadas en la pared, consiguieron abrir 700 metros de ruta en la cara noreste, quedando a solo 300 metros de la cima. Tras ese intento, el silencio y la calma volvió a esa pared de granito. Por más de 10 años, ninguna persona puso sus pies o manos en ella. Pero la inspiración quedó.
“La primera vez que nos enteramos de esta hermosa pared, escondida en la selva norte patagónica, fue en un artículo publicado en revista Escalando”, recuerda Hernán Rodríguez en el relato que escribió sobre la expedición. “Era salvaje y prístino. Un valle lleno de vida. Miles o millones de años de evolución y solo unas pocas personas han estado en ese lugar”, agrega.
En noviembre de 2020, Nicolás Gutiérrez le mostró este artículo a Hernán, publicado en Escalando #22 (puedes leerlo en este link). “Inmediatamente me sentí impulsado por esta hermosa pared y la idea de un primer ascenso en este lugar salvaje”, dice Hernán. El siguiente paso fue llamar a Pancho por información y su motivación seguía intacta. Sin dudarlo, se sumó a la expedición.
El equipo se armó de escaladores experimentados: Nicolás Gutiérrez, Sebastián Rojas, Hernán Rodríguez y Pancho Herrera. A esto, se sumó el apoyo de Lippi, principal marca que impulsó y permitió la expedición.
Llegar a Huinay
Al estar en un área de conservación e investigación científica de más de 30.000 hectáreas, el cerro Huinay no solo ha permanecido sin intentos de ser escalado, sino que es un lugar totalmente salvaje. Está en medio de un laberinto de fiordos e islas y lo más cercano es el pueblo de Huinay, un asentamiento de solo seis casas. “Este lugar fue colonizado a principios del siglo XX por personas que llegaron a talar alerces (fitzroya cupresoide), un árbol parecido a una sequoia que puede vivir más de 3.000 años”, explica Hernán.
La colonización erradicó los árboles de la línea de la costa. Pero los valles altos permanecieron inexplorados. La densa vegetación de la selva fría, los torrentosos ríos y las amplias lagunas, mantuvieron a los humanos alejados. “Ahí es donde queríamos ir, en busca de los gigantes de granito”, dice Hernán. La opción de llegar por sí mismos, atravesando este terreno, sin embargo, no era muy realista: habría llevado al menos un mes de trabajo. La decisión fue volar en helicóptero y usar la energía en la pared.
Un día manejando y cuatro horas de navegaciones los dejaron en el pueblo de Huinay. Ahí se encontraron con Ullrich el administrador de la Fundación. “Nos estaban esperando, no muy seguros de lo que planeábamos hacer. Nos miraron y no creyeron que este grupo de gitanos malolientes pudiera escalar una montaña”, dice Hernán.
Al día siguiente llegó el helicóptero, pero era muy pequeño. Necesitaron cinco viajes para llevar toda la comida y equipo hasta la base de la pared. Un equipo no menor: comida para 30 días, 2 portaledge, 500 metros de cuerda y 80 pernos. “Desde el helicóptero las vistas eran impresionantes, la pared parecía más pequeña desde el cielo”, agrega Hernán.
La escalada
Antes de llegar a la pared, ya había una preocupación en el equipo. El clima de la zona es impredecible y la lluvia amenaza prácticamente todos los días. La posibilidad de no tener las suficientes ventanas de tiempo no abandonó a los escaladores hasta el final.
Y la realidad de la pared los golpeó desde el principio. “Minutos después de aterrizar caminamos por la base. Nos dimos cuenta de que era enorme. Súper grande. Con un headwall enorme y características locas”, escribió Hernán. El trabajo comenzó de inmediato, eligieron la ruta y se sumergieron en la pared. Sabían que los primeros cinco días iban a ser de buen tiempo y después la lluvia caería.
Los primeros 10 largos fueron de “jardinería vertical”: limpiar la vía, trepar entre la vegetación y buscar donde proteger entre el barro que se acumulaba en las grietas. La calidad de la roca, sin embargo, los sorprendió: un granito muy sólido.
Tras esos primeros largos, vino mayor disfrute, con roca limpia al menos por el primer tercio de la pared. Fueron cinco días de trabajo para dejar todo: portaledge, comida y agua, a 500 metros, donde podía subir rápidamente con cuerdas fijas. Con la mitad del trabajo listo, bajaron al campamento base, a esperar la lluvia. Una lluvia que cayó por ocho días.
“En el campamento base nos dimos cuenta de que todas las historias que los lugareños nos dijeron eran ciertas. ¡Llovió fuerte! Ríos bajando por la pared”, recuerda Hernán. “Después de 8 días de lluvia el clima nos dio la oportunidad de dar un último empujón”, agrega.
Los siguientes tres días los usaron para avanzar unos 400 metros más dejando cuerdas. El cuarto día jumarearon hasta el punto más alto e intentaron avanzar. “Comenzamos a escalar en este océano de granito blanco puro buscando el camino a la cumbre. Al final del día, la cumbre estaba cerca, a uno o dos largos”, dice Hernán. El problema fue que, para ese momento, ya estaban bastante deshidratados y sin agua. La escalada se volvió lenta. “Nos mantuvimos muy positivos con la idea de encontrar agua en la cumbre, al menos algo de nieve, que nos mantuviera en movimiento”, dice Hernán.
Cuando iban a escalar los últimos 60 metros, algo les llamó la atención. “Una pequeña cabeza apareció sobre nosotros en una repisa, observando los movimientos de este extraño grupo de cuatro monos, ruidosos y frenéticos, que se acercaban cada vez más. La intriga fue mutua y se sumó otra cabeza a mirar nuestro avance”, recuerdan. Al volver y tras preguntar a científicos, supieron que esas dos cabezas eran de dos vizcachas negras o vizcachas patagónicas. “Era su hábitat, una tierra nunca vista por los hombres (…) Nos estaban mostrando el camino hacia arriba, era una señal y la seguimos”, dice Hernán. Minutos después alcanzaron la cumbre. “Abrazamos la belleza y el paisaje mágico. Y lo mejor de todo, ¡había mucha agua!”, agrega.
Luego de cuatro horas de rapeles bajo la luz de la luna llena llegaron a una repisa a descansar y cocinar. Ahí, en medio del Huinay (que significa Alerce o curvado por los fuertes vientos en mapudungún), estos cuatro escaladores celebraban el ascenso de los 1.300 metros de roca, tal vez, la pared más grande escalada en Chile. (El Monstruo, en Cochamó, pese a tener 1.600, se contabiliza en su altura gran parte de terreno que no es roca).
La ruta tiene 25 largos, bien largos (en promedio de 55 metros), y fue graduada como 5.12, A2+. Tiene bolts en sus reuniones y uno que otro pitón o bolt para las placas. Y su nombre: Futa Chaw que en mapudungún significa Dios, el creador de todos los seres vivos, padre, anciano: el gran padre. “Fue en honor al gran espíritu que rige la vida y el caos de estos parajes salvajes”, escribió Hernán. “Somos creyentes de la perfecta sincronía de la naturaleza”.