Otra temporada viviendo la utopía
En medio de las cuarentenas, Inti Mellado logró escapar hacia la Patagonia. Ahí no solo escaló y abrió rutas en lugares tan increíbles como Cochamó o el cerro Apidame. También volvió a lo simple y a “lo que en realidad importa”, mientras realizaba su mezcolanza de proyectos en la temporada veraniega.
Por Inti Mellado
El futuro es incierto, por eso vivimos en el presente.
Para mí, siempre ha sido un poco difícil proyectarme hacia el futuro. Entre cursos, tecnificaciones, aventuras y pegas varias que finalmente se combinan haciendo una gran mescolanza, eso de pensar en los proyectos de la temporada veraniega siempre me ha caído como “teja del techo” y este año, si le sumamos la situación, se me hizo imposible. Ya se acercaba navidad y yo atrapado en la ciudad entre adornos y luces brillantes estaba completamente confundido sin saber cómo lograr evadir las barreras sanitarias para llegar a la Patagonia y ver si es que encontraba algún partner. El único punto positivo de esta situación era que podía compartir con mi familia: y fue gracias a mi brillante hermana Nachita (que parece más mi hermana mayor que el concho de la familia) quien logró conectarme con un grupo de cabras que se dirigían a Cochamó y tenían los papeos para lograr la hazaña. Este flamante equipo estaba compuesto por Maca Urrutia, Javi Benavente y la infaltable Anais Puig.
En fin, el 25 de diciembre por la tarde, aprovechando el caos navideño, partimos rumbo a Cochamó. Como el viejo pascuero en su trineo, cruzamos las barreras sanitarias sin inconvenientes y, tras una rápida pasada por Puerto Varas, llegamos al paraíso del big wall chileno.
En Cochamó solo estuvimos una semana, pero no una de esas semanas normales con lluvia en abundancia y slabsmojados; esta semana fue una increíble ventana que nos permitió escalar casi todos los días (en Cochamó la piel se va rápido).
Debido a nuestra corta estadía escalamos más que nada los clásicos infaltables que quedaban pendientes. Vale destacar “Cinco Estrellas” y “E.Z does it”, las cuales escalé junto a Nico Tapia. Y también cabe mensionar mi pequeño aporte en “El Gendarme” (que son los cinco primeros largos de “Sun Dance”), donde reemplacé las chapas del penúltimo anclaje.
De ahí, ya habiendo calentado un poco los motores con las cabras, emprendimos el viaje hacia la región de Aysén.
Coyhaique city y sus alrededores
Llegar a Coyhaique nos costó un poco más de trabajo, pero tras dos días de viaje y una “vivaqueda” en el auto, lo logramos. Los dedos me picaban por escalar así que rápidamente partimos al Escudo: esta pared presenta un potencial increíble y el estilo que predomina es el de fisura neta. Estando bajo las sombras de esta increíble pared, y conociendo la calidad de su roca, es imposible que no te den ganas de freesolear. Yo, sin más rodeos, me decidí a escalar “Indian Creek” simplemente con mis zapatillas y la bolsa de magnesio, mientras que las cabras escalaban “Estigma”, ambas 5.10c. La experiencia estuvo increíble, 80 metros de una fisura de mano neta con un pasito interesante y de pies medios chicos justo en la mitad.
Pero las locuras por Coyhaique no terminaban aun, de casualidad me encontré con Felipe Maturana y Albano Morales, dos buenos amigos que me invitaros a escalar un open proyect que había abierto Felipe un par de semanas atrás. Las dos grandes interrogantes eran el grado de este sistema de diedros sellados y si es que el segundo largo necesitaba un boltpara proteger un crux bastante run out. Armándome de valor (y de mucho equipo pequeño) decidí darle a este segundo largo completamente a vista y sin ningún papeo previo de mis compañeros. Tras una serie de gritos ininteligibles y movimientos psicodélicos logré llegar a las cadenas; ni yo me lo podía creer. La ruta quedó graduada como 5.12b “R”, son tres largos y se llama “Y si fuera cierto”.
Los alrededores de Coyhaique se prestan para este tipo de aventuras verticales: Muralla China, el Mckay y el Cerro Escudo brindan infinitas posibilidades. Pero con las cabras estábamos decididos a seguir buscando la fisura perfecta, esa que ves, por primera vez, y no te deja dormir. Todo indicaba que lo que estábamos buscando lo encontraríamos al otro lado del ex Lago Buenos Aires en el cerro Apidame.
Entre basalto, llamas y pinpinelas
Ya siendo mediados de enero y, como por arte de magia, junto a las cabras logramos entrar a la barcaza que nos llevaría a Chile Chico. En el pueblo nos abastecimos de comida y partimos de cabeza en dirección al cerro Apidame. Sabíamos que la aproximación era larga, pero ya que la motivación y las expectativas se mantenían altas no escatimamos en recursos y cargados a tope iniciamos con nuestra empresa de conquista. Iba todo bien, pero se nos escapo un detalle, las pinpinelas, definitivamente los “chores cortos” y los calcetines largos estilo montañero de los 80´s no ayudaron a hacer más amena la caminata. En fin, llegamos por la tarde al base camp y sin importar lo incomoda que fue la aproximación, la sonrisa de oreja a oreja no nos las quitaba nadie, frente a nosotros teníamos esas increíbles columnas de basalto.
Por la mañana siguiente decidimos escalar un par de mono largos y, ya que en la Patagonia el día es largo, también escalamos la clásica ruta “The Ultimate Basalt Experience” (5.11d), disfrutando sus cuatro increíbles largos de fisura de dedos y mano apretada. Ya de vuelta en el base camp un poco cansado, me propuse investigar más detalladamente la pared principal del cerro Colorado y, gracias a la ayuda de los binoculares, encontré un trozo de roca bastante interesante.
Era de esperar que el día siguiente fuera una larga jornada de aperturismo y navegación vertical, y así fu. Les propuse mi idea a Anais y Javi y, como las cabras prenden con agua, nos pusimos a escalar. Partimos por un primer largo antes abierto llamado “La promesa del puma” y desde ahí se puso interesante. El sistema de fisuras que continuaba se veía bastante sellado, así que decidí llevar toda la ferretería: estribos, martillo, pitones y todo lo demás que implica la denominada “iron skirt”.
Y me puse a escalar. Los primeros 10 metros se conformaban por una plaquita de malas protecciones que te hacían presente la posibilidad de un largo y doloroso vuelo hasta que, por fin, llegaba a un diedro sellado, pero que se dejaba proteger un poco más; ya llevaba escalando como 30 metros, pero este diedro continuaba mucho más. Y, como siempre me han gustado los largos bien largos, no quedaba de otra que disfrutar el viaje. El único problema es que desde ahí, el diedro se sellaba casi completamente, pero estaba dispuesto a liberar, con martillo en mano y haciendo equilibro en pies inexistentes. Continué escalando y protegiendo solamente con clavos y micro stoppers unos 30 metros más, hasta llegar a una repisa donde monté la única reunión con chapas en toda la ruta. Después de este largo la ruta suelta bastante, pero la calidad de la roca empeora hasta salir a cumbre. Finalmente, la ruta quedó como un 5.12 c “R” de cuatro largos, siendo el segundo el crux y definitivamente el más entretenido, se llama “En llamas with hats” por la cantidad de llamas que vimos y también por un mal video de youtube (altamente recomendable, la ruta y también el video).
Tras estas increíble escaladas, nuestra motivación seguía en alto, pero fuimos saboteados por el clima. Rápidamente tuvimos que escapar del cerro Apidame y de Chile Chico ya que se las “pelaba lloviendo”. Ya en la barcaza de regreso el atardecer rojizo clásico de Patagonia nos hacía pensar en lo bien que lo habíamos pasado, sonrisas de oreja a oreja y manos rotas: nada mejor. Pero en el fondo también sabíamos que era un adiós, las cabras tenían que retornar a sus respectivos hogares y yo ya me estaba quedando sin plata, así que de alguna u otra manera tenía que encontrar la forma de seguir financiando mis locas ideas.
La simpleza de la soledad y las locuras creativas
Solo y sin mucho capital tuve que buscar la manera de seguir viviendo la utopía. Últimamente y quizás quien sabe porque, trabajar de guía de montaña ya no me estaba llenando como antes y, debido a la situación covid, esta fuente de ingresos estaba de cierta forma bloqueada. Así que, siguiendo los pasos de mi abuelo, mis tíos y mi viejo en su momento, me puse a buscar pega en construcción. Gracias a Armando Montero estuve trabajando en una obra cerca del lago Elizalde. En este lugar recordé lo simple y tranquila que puede ser la vida y lo obsesivos que nos volvemos con la montaña olvidando de cierta forma egoísta lo que en realidad importa.
Escalar es algo que hacemos, algo que nos llena, una motivación permanente y probablemente es lo que más me gusta, pero la libertad es nuestra verdadera sustancia, la libertad es la real vida en la montaña.
Y así viví por un tiempo, junto a la compañía de tres viejos sabios, comiendo truchas que pescábamos nosotros mismos y disfrutando de increíbles paisajes, mientras poníamos en pie una linda casa. Esa semana fue bastante lluviosa y el clima se mantenía inestable, pero de manera inesperada un día me llamó Felipe con buenas noticias, para el fin de semana el meteo marcaba ventana. Ya había hecho suficiente dinero para seguir con las expediciones express y, tras la llamada de mi amigo, no la dude mucho más. Sin antes despedirme de Armando y su kapo equipo de maestros, partí junto a Felipe con dirección al campamento neozelandés.
El plan era escalar y hacer la respectiva travesía de las agujas de un cerro, en ese momento, sin nombre y que se encuentra detrás del Cerro Chocolate. La idea era interesante y Felipe esperaba encontrar buena calidad de roca. Yo me mantenía escéptico, pero muy motivado. La noche anterior yo estaba (como es de costumbre) ansioso e inquieto, pero gracias a la ayuda de una mala película para niños con Felipe logramos quedarnos dormidos.
Al sonar el despertador partimos aproximando al cerro. El comienzo no fue muy promisorio: me caí al rio, afortunadamente no me mojé mucho, pero sí nos reímos. Después, la aproximación transcurrió sin ningún percance, llegamos a la base de la pared y nos pusimos a escalar. Nos íbamos turnando largos de 60 metros, uno tras otro, cada largo mejor que el anterior y cada vez la roca más suelta, lo que le daba el toque de aventura. Nos sentíamos confiados, pero un tanto agotados debido al peso de nuestro equipo. En el largo 7 yo iba escalando de primero una trepa no más dura de 5.10 (-), pero de roca bastante suelta, me monté en un bloque y ocurrió el desastre. El bloque más grande que yo (tampoco es que sea muy alto, pero era de dimensiones significativas) se cayó sobre mí. Me pegué un vuelo de ocho metros aproximadamente, todo pasaba muy lento frente a mis ojos, y de alguna manera logré separarme lo suficiente del bloque para solamente cortar una de mis cuerdas, partir mi casco y pegarme en una mano. Dos minutos de silencio y con Felipe nos pegamos una mirada cómplice de locura seguidas por un buen grito de alivio… seguíamos vivos, así que a seguir “¡pa arriba no más!”
El resto de la ruta fue muy “piola” mentalmente, al menos, comparado con ese pequeño crux psicológico. Llegamos a la cumbre tras escalar 13 largos, montamos un rapel a una chapa, seguimos “travesíando” para hacer un par de pequeñas cumbres, otro rapel a unos stopers y una cumbre final para terminal con el skyline. Decidimos dormir esa noche ahí, con una increíble vista del cerro El viejo y el valle que continua hacia adentro. La ruta que abrimos junto a Felipe se llama “El niño que domino el tiempo”, son 600 metros de pared vertical de grados no más duro que un 5.10d y al cerro lo bautizamos como cerro Esperanza. El descenso lo hicimos caminando y fue bastante tranquilo para, finalmente, separarnos. Yo me quedé en mi casa y Felipe retornó a Coyhaique, su ciudad natal.
Highline, carpintería y un poco de aprete
Tras esa aventura bastante intensa, necesitaba descansar un par de días. Me quedé en mi casita en medio de la nada leyendo y haciendo música. Cuando la energía volvió, tenía otro panorama en mente, así que tome mi bicicleta y pedaleé hasta el ya famoso sector de escalada de la señora Chabela, con la idea de montar un highline. Me demoré un poco en colocar las chapas, ya que solo contaba con buril y martillo, pero la verdad es que quedó bastante bueno. Ahí me entretenía por las tardes y lo bueno es que no necesitaba cordada para ir a “jugar”.
Un día, Andrés Boch me ofreció pega para que lo ayudara con su emprendimiento de construcción y cómo decirle que no a una oferta así de buena si además es en un lugar nuevo que no conozco. Así que partimos para Cochrane a hacer la instalación eléctrica de una casa y “carpinteriar”. Entre los dos veíamos campos de hielo norte y comentábamos las increíbles líneas y montañas que se podrían abrir, una aventura que queda pendiente. Pero tras una semana intensa de harto trabajo, pero también un montón de buena onda y risas, ambos volvimos a Cerro Castillo. A mí, por un momento, me volvió la motivación por clipear bolts y apretar, así que por la mañana calentaba haciendo highline y en la tarde escalaba a tope, para mi sorpresa me encadene un par de 13´s.
Desafortunadamente, a finales de febrero ya era hora de volver a Santiago e intentar actuar como se dice comúnmente, como “un adulto responsable”, pero lo bueno de que se acabe el verano es que significa que el invierno ya está cerca, así que crucemos los dedos para que el calentamiento global no nos sabotee y tengamos una buena temporada de ski y escaladas en hielo.
Finalmente, y como siempre, me gustaría agradecer a mi familia que siempre me ha apoyado y enseñado de una u otra forma el camino del cual estoy muy feliz de seguir. También agradecer a todos mis amigues apañadores con los cuales compartimos risas y aventuras. Aquí me gustaría mencionar a ciertos personajes que hicieron aun más divertida esta temporada, como lo son Albano, Cristus, Anais, German, Dani Selinger, Armando, Andrés, Fede, Felipe y probablemente se me escapan otros más. También me gustaría agradecer a Prado Stuff, que es un emprendimiento de ropa local, con iniciativas bastante buenas. Y eso sería todo por ahora, que continúe lo simple.