Cerro Picacho: ascenso entre cascadas, selva podrida y un par de sustos
A 110km al norte de Coyhaique se eleva el Cerro Picacho. Sus paredes de granito, que salen desde un denso bosque, motivaron a esta cordada compuesta por Cristina Prieto, Lorena López e Itzel Echeverría Prieto. Pero la aventura fue mucho más compleja de lo que esperaban.
Por Cristina Prieto
Después de años de pasar por Mañihuales y ver una montaña prácticamente igual que la de Paramount Pictures y jurarme que algún día la intentaría subir, se alinearon los astros (o las ventanas) justo antes de que se acabara esa temporada estival en Patagonia y antes de la infame pandemia del Covid. Lore fue la gestora, Itzel, mi hija, nos acompañó (aunque sin muchas ganas de caminar) y Javier Cordel nos dio la información de lo que recordaba de la aproximación y la escalada… ¡y se armó!
Primero déjenme hablar de la aproximación del terror: una huella apenas vislumbrada. Ah, y si la pierdes, tienes que bypasear cascadas por la selva podrida. Un paso en falso y se acabó. Todo, además, en un ángulo de 45 grados (o al menos eso parecía) y con mochilas que empezaron más o menos livianas, pero conforme pasaba el día se iban haciendo, no se cómo, ¡pesadísimas!
En fin, los planes que teníamos de acampar más allá del collado sufrieron un giro y la realidad nos puso a vivaquear en la verticalidad de la última aguada. Al día siguiente partimos a las 7:00am, con las primeras luces del día, y caminamos una hora al collado por un terreno en el que agradecimos no haber continuado el día anterior con las mochilas cargadas. Realizamos un terraceo hasta llegar a un resalte donde nos encordamos porque nos pareció más seguro. Pareció ser la decisión acertada: terminamos escalando un 5.8.
Seguimos en la trepindanga hasta llegar a un muro vertical, donde buscamos la línea y tratamos de orientarnos según las instrucciones de Mr. Cordel. Pero la confusión se apoderó de nosotras. “Esto se ve de mas de 20 metros, ¡por aquí no hay donde poner ni mierda!”, maldije en la roca. Tuvimos que desescalar hasta que encontré una línea más de mi gusto y ahí, por fin, sí pudimos disfrutar. Arriba del filo seguimos encordadas porque estaba muy expuesto y, después de dos largos, pudimos sacarnos la cuerda y alcanzar la cumbre norte rodeadas de cóndores.
Después de rapelear al collado, tiramos la cuerda y… la maldita estaba atascada. Nada que hacer, “¡Cristi, a escalar y soltarla!”. Ya estábamos cansadas así que pensamos en bajar y quedarnos solo con la cumbre norte. Eran más de las 3:00 pm. y nos quedaban los rapeles y el descenso hostil. Nuestra idea, sin embargo, duró poco y la cumbre sur pudo más que nosotras. Decidimos seguir.
Después de la (infame o no) decisión de ir por la cumbre sur, escalamos un largo para acercarnos al crux y ahí estaba. «¡Esta mierda esta inescalable! ¡Quien fue el puto que le dio 5.10 a esta wea!”, me comencé a desesperar. Pero, menos mal, se me ocurrió asomarme a la derecha y encontré el pasito. De ahí, le di para arriba todo lo que dio la cuerda. Cuando llegaron Lore e Itzel casi le ladro a la Lore porque quería sacar fotos. “¡Bajamos ahora mismo!”, les dije. Entonces, a sacarse la cuerda y llegar al rapel; me cagué en el librito de cumbre y todas esas huevadas… ¡Se nos hacía de noche! Así que sufrí un panic attack total.
Primer rapel al collado y, obvio, no llegaba la cuerda. Así que tuvimos que armar el siguiente rapel. Al menos ahí veíamos la línea de bajada y no se nos volvería a enredar la cuerda. Pero, eso si, nos sanbaguaron mal con la información de los rapeles: esperábamos cuatro y terminamos haciendo 7. Y a algunos llegábamos justitas, ¡con cuerda de 70 metros y todo!
Tras los rapeles Lore, como un sabueso, le achuntó al camino de regreso al collado. Paramos en total dos minutos a tomar agua y un gel, pero el cerro lo bajamos corriendo, tratando de ganarle a la noche. Pasamos justas un descenso en barro muy duro de 45 grados (donde si te caes no te para nadie) con las últimas luces y con las frontales encontramos el camino de regreso al vivac tras 14 horas de actividad.
Al día siguiente un desayuno tranquilo y a bajar. Si la subida nos había tomado cinco horas, calculamos que, conociendo el camino, podíamos bajar con suerte en tres o cuatro. Gran error. No es lo mismo subir que bajar cascadas y selva podrida.
Nos demoramos mucho más y, en una de las cascadas, casi perdemos a Itzel que, al resbalar un poco (con zapatillas de suela más plana que la tierra en la Edad Media) quedó ensartada de cabeza en la tupición. “Ya voy pollito, ¡no te muevas!”, le dije, mientras la escuchaba, no sé si riendo o llorando. Empecé a bajar al rescate y, de repente escuché un grito que se perdía en la distancia. ¡El árbol del que estaba agarrada Itzel se soltó! Y partió dando tumbos para abajo, cayendo en el abismo. Nunca había estado tan asustada, pero, menos mal, la mochila le amortiguó la caída. Aparte de golpes y moretones no le pasó nada. Entonces, a ponerse el casco y bajar las revoluciones. Lentas pero seguras (bueno no tanto) superamos la tupición máxima y llegamos de vuelta al auto, con los tremendos recuerdos del ascenso al Picacho.
- Dejo mis agradecimientos a Javier Cea alias Mr. Cordel por todos los papeos de la ruta.