Cerro Arenas: Primera repetición y nueva variante a la Ruta Polaca
El 11 de septiembre de 2020, tres escaladores y montañistas del Club Andino Universitario (CAU) partieron a la montaña para hacerse con la primera repetición de la Ruta Polaca e intentar abrir una variante. Tras 36 horas de terreno complejo, la cordada alcanzó la cumbre.
Por Federico Caballero Santander, José Pedro Pinedo y Patricio Middleton
Avanzamos como hormiguitas por el nevero, paso a paso, y comenzamos a sentir la fatiga de la jornada. Cuando el reloj marcaba las 18:30, hora en que se suponía que alcanzaríamos la cumbre, nos encontrábamos todavía en la pared, a unos 50 metros por debajo del último paso complicado, graduado como M4. El sol yacía en el horizonte anunciando la noche, y el viento comenzaba a soplar fuerte. No teníamos intenciones de escalar de noche y, cansados de la ardua jornada, decidimos improvisar un vivac.
Tallamos una “terraza”, o mitad de ella, y entre sentados y acostados, empujándonos uno con el otro, logramos acomodarnos para calentar agua. Intentamos dormir. Al día siguiente atacábamos la cumbre, pero primero un poco de historia.
Breve reseña del Cerro Arenas
Ubicado en el sector de Baños Morales, Cajón del Maipo, el Cerro Arenas es un impresionante e icónico cerro de los Andes Centrales, que da nombre al valle donde confluyen los esteros El Morado, Las Placas, Colina y La Engorda. El cerro tiene una altitud de 4.366 metros y se muestra para todos aquellos que se internan en las profundidades del cajón.
Su primera ascensión fue realizada en 1954 por su ladera oeste (ruta normal) y escalada por su gran pared (ruta pared sur) en abril de 1962 por los chilenos César Vásquez y Jozsef Ambrus y el español Miguel Gómez. A la fecha, el Cerro Arenas cuenta con una gran cantidad de rutas y variantes que dan tanto hacia su cumbre principal, como hacia otras cumbres de distintas partes del macizo.
En agosto de 2017, un equipo de reconocidos y fuertes escaladores polacos, compuesto por Adam Bielecki, Jacek Czech y Pawel Migas, abrieron un nuevo itinerario en uno de sus contrafuertes, el cual nombraron sencillamente “Ruta Polaca”. La ascensión les tomó alrededor de nueve horas y media y fue graduada como TD+, M5+, 65°, 1000m. Desde entonces, esta ruta se había mantenido sin otros ascensos.
El viernes 11 de septiembre de 2020, un grupo de tres escaladores y montañistas del Club Andino Universitario (CAU) partieron al cerro para hacerse con la primera repetición e idealmente, intentar abrir una variante. La cordada, compuesta por Federico Caballero Santander, José Pedro Pinedo y Patricio Middleton, alcanzaron cumbre el domingo 13, a las 17:00 horas. Esta es la historia de ese ascenso.
Entre el cachipún y los runouts
Partimos desde Santiago el viernes bien tarde por la noche, sin ser ajenos a las barricadas en el camino a causa de múltiples manifestaciones en un año complejo y marcado por movimientos sociales y el despertar crítico del país. Tras dos horas de “descanso”, comenzamos a caminar entusiasmados y a paso firme desde el estacionamiento, ubicado en la primera garita de guardia, hasta la base de la ruta.
A las 5:30 horas del sábado comenzamos nuestro ascenso en libre a través de un nevero por tramos empinados y bien expuesto, haciendo uso de crampones y piolets, en una noche completamente oscura y a punta de frontal. Esto nos permitió posicionarnos rápidamente al comienzo del tercer largo de la ruta original.
Aquí comenzó nuestra escalada propiamente tal, junto con la llegada de los primeros rayos de luz de una congelada mañana de invierno. Este tercer largo (primer para nosotros), graduado como el más difícil de la ruta (M5+), comenzó con un clásico cachipún entre la cordada. Todos queríamos ir de primeros.
La ruta es bastante evidente, sigue un diedro constante, en positivo y con algunas secciones más verticales y estrechas, que apuntan directo al “Gran Diedro” ubicado en la mitad de la pared. La roca en general es bastante sellada y, sumado a las condiciones de nieve y hielo, resulta bastante difícil de proteger. Los runouts fueron recurrentes, tuvimos que usar entre 3 y 4 seguros máximo por cada 50 metros. (Video de la ruta)
En algunas ocasiones, cuando la ruta se tornaba vertical (tramos cortos pero que requerían de fuerza y destreza), el que iba primero debía quitarse los guantes para usar sus manos y apoyarse en la roca que florecía entre la nieve. Esto resultó en largas esperas de sección en sección para recuperar el calor en las manos congeladas. Fuera de esto, en general, escalamos utilizando los piolets y crampones.
Sin duda, el tramo vertical en el cuarto largo fue el más difícil y expuesto (incluso más que el tercero, pese a su mayor graduación). La protección estaba a más de cinco metros abajo y las fisuras que figuraban en el crux estaban formadas por roca descompuesta y sucia. Tras resolver y salir de este tramo, y acercándose a la terraza de nieve del “Gran Diedro”, Federico, quien iba de primero, llegó al tope de cuerda, faltando tan solo 10 metros para alcanzar una roca de buena calidad donde la protección era evidente.
Ahí, se quitó la mochila para buscar las dos únicas estacas que habíamos subido. Su sorpresa fue cuando se dio cuenta las estacas las tenía el resto de la cordada en sus mochilas. Se perdieron buenos minutos buscando un lugar dónde proteger, removiendo nieve suelta. Al no encontrar sitio en la roca, como solución de emergencia, construyó una reunión compuesta por una seta de nieve muy pequeña, pero consistente, y un tornillo de 10 cm de largo en el escaso hielo de la sección. Con la reunión ya configurada, bastó gritar “listo” para que el resto de la cordada comenzara a escalar, teniendo la salvedad de agregar una breve y sutil advertencia: “¡Sin caerse cabros, no queremos probar!”. Con esta “tranquilidad”, escalando con mucha delicadeza y concentrados para no volar, logramos reunirnos todos. Ahí, aprovechamos de descansar y recuperar el aliento.
Durante toda esta escalada, los piolets y crampones hicieron bien su pega. Agarres muy pequeños y delicados, algo resbalosos, pero en roca sólida. De hielo, muy poco…más que todo nieve inconsistente por la nevada que había caído tres días antes.
La variante chilena
Del sexto al octavo largo teníamos la intención de completar la “Variante chilena”. La iniciamos saltando por un nevero los primeros dos largos de la ruta original. Sin embargo, tras evaluar la ruta y el equipo que portábamos, además de tomar en consideración el tiempo, decidimos desistir y continuar por la ruta original.
Esa sección era el “Gran Diedro”, compuesto por roca de buena calidad y un sistema de fisuras claro y constante, que parte con el tamaño de una palma, pero que, a medida que asciende, se va expandiendo tipo off-width y extraplomando. Creímos necesario para esta sección contar con friends #4 y #5 y zapatillas de escalada para progresar, equipo con el que no contábamos. Sin embargo, seguimos pensando que sería una bonita variante por abrir. Y queda para los próximos avezados o avezadas.
Más allá del “Gran Diedro”, el nevero está encerrado por paredes y la siguiente opción clara para salir fue continuar por una fisura a la derecha que sigue la ruta original de los polacos. Esta vez, como entrabamos en terreno completamente rocoso, concluimos que era mejor quitarnos los crampones y guardar los piolets en las mochilas.
Tuvimos que superar algunos tramos de offwidth, roca sellada, runnouts y alguno que otro paso psicológico. Así alcanzamos la reunión del séptimo largo. En este punto, el sol se posicionaba arriba de nosotros, dejando atrás el frío extremo de la mañana. Las vistas desde esta reunión eran sorprendentes, se podía ver por completo el Valle del Arenas y el cerro El Morado.
Continuamos escalando lo más rápido posible, tratando de buscar el camino y la salida para el siguiente nevero. Pasamos por unas fisuras con tramos bien marcados y algo difíciles con bota de montaña. Eso nos impidió progresar a mayor velocidad. Sin embargo, la roca siempre fue de buena calidad y nos sentimos confiados en cada movimiento.
Como en un Nunatak
A las 16:00 horas llegamos al noveno largo, dos horas más tarde de lo que teníamos contemplado. Logramos salir de la roca y alcanzar un nevero de 50° de inclinación aproximadamente, en el segundo tercio de la pared. Pensábamos que, una vez en este nevero, todo sería mucho más sencillo y de rápido progreso, pero fue lo contrario. Quizás, al tiempo que marcábamos y con buenas condiciones de nieve, hubiéramos alcanzado la cumbre el mismo día, pero la gran cantidad que acopiaba la pared producto de la nevada unos días antes dificultó mucho avanzar.
Guardamos las cuerdas en nuestras mochilas y comenzamos a caminar en libre. Cada cuánto, dos integrantes de la cordada se turnaban para abrir huella, dejando al escalador “descansar”. Cada 10 metros, quien abría la huella desaparecía absorbido por “vacíos de aire” formados entre la roca y la nieve, generando un efecto similar al que se produce con los “Nunataks” en campo de hielo. Para salir, teníamos que hacer un esfuerzo sorprendente, apoyándonos de los bastones.
Avanzamos como hormiguitas por el nevero, paso a paso, y comenzamos a sentir la fatiga de la jornada. Cuando el reloj marcaba las 18:30, hora en que se suponía que alcanzaríamos la cumbre, nos encontrábamos todavía en la pared, a unos 50 metros por debajo del último paso complicado, graduado como M4. El sol yacía en el horizonte anunciando la noche, y el viento comenzaba a soplar fuerte. No teníamos intenciones de escalar de noche y, cansados de la ardua jornada, decidimos improvisar un vivac.
Tallamos una “terraza”, o mitad de ella, y entre sentados y acostados, empujándonos uno con el otro, logramos acomodarnos para calentar agua en una Jetboil que subimos para estos casos. Intentamos dormir. Salvo por uno de los desquiciados de la cordada, el resto no pudimos conciliar el sueño y, básicamente, no descansamos. Más bien, pasamos una pésima, pero aguantable noche.
El camino a la cumbre
La mañana siguiente fue tan helada como la noche. Guardados en nuestras fundas vivac (sin saco de dormir) veíamos como el sol inundaba el valle frente a nosotros. Pero no pudimos sentir el calor hasta pasado el mediodía.
A las 9:30 horas, como sabíamos que el sol tardaría en llegar, con gran pesar, en un proceso lento y doloroso, nos desprendimos de nuestro vivac y calzamos los congelados zapatos de montaña. Luego de tomar desayuno, compuesto de un buen café con azúcar y varias barras de cereal repartidas entre todos, nos apresuramos a dar marcha al segundo día de escalada, sabiendo que la cumbre estaba cerca.
A las 10:00 horas ya estábamos nuevamente en movimiento. Comenzamos a escalar por un pequeño nevero que nos llevó hasta el primer largo del día, el décimo de la ruta. Un largo graduado como M3+, que tuvo una sección bien delicada de trepada con crampones, donde los pies no resultaban tan evidentes, las manos poco ayudaban y era posible posicionar los piolets solo en pequeños salientes. Una vez superada esta sección, pasamos por un nevero pequeño en traverse, que caía directo a una quebrada. Por unos instantes pensamos que habíamos errado en encontrar la sección para salir al último nevero que va directo a la cumbre, pero luego, tras devolvernos unos pasos, encontramos una bajada hacia el nor-poniente, que requería desescalar y avanzar unos pasos en un corto traverse. Así pudimos situarnos nuevamente en el corazón del macizo, el que remataba en un tramo de roca completamente vertical, de cinco metros aproximadamente, donde decidimos armar una reunión adicional para evitar el roce en la cuerda.
Escalar esta pared, si bien puede resultar fácil con zapatillas de escalada, con zapatos de montaña y crampones el cuento es distinto. Si bien no fue impedimento, sí resultó ser un tramo que requirió esfuerzo y concentración.
Estos largos fueron en general de muy lenta progresión. Notábamos el cansancio del día anterior. Y vino entonces un segundo tramo complicado, principalmente por su lectura. Tenía un paso que había que montar una roca, para luego descender y posteriormente escalar nuevamente, pero sin crampones. Finalmente, logramos resolverlo, alcanzando el último gran nevero. Desde aquí, podíamos ver por completo la sección final hasta la cumbre. Si bien era tarde, sabíamos que lo lograríamos. La felicidad volvió nuevamente a nuestras caras y, pese al cansancio, avanzamos firmes y constantes.
Las 36 horas
Repitiendo la estrategia del día anterior, dos integrantes se turnaban para abrir huella. Ya estábamos en el largo catorce, a poco de la cumbre. Pero, como las cosas siempre pueden ser más difíciles que fáciles, nuevamente el avance fue lento y marcado por las constantes “absorciones” de la nieve/roca, que literalmente nos hacían desaparecer.
Tras algunas horas de caminata en libre, llegamos al pie de la canaleta final y el último largo, graduado como M2+, que escalamos completamente en libre. Nos topamos con tramos complejos de roca descompuesta, nieve inconsistente y vacíos de aire en inclinaciones de 65°. Pese a lo anterior, finalmente logramos alcanzar la apreciada y deseada cumbre, cuando eran las 17:00 horas del domingo. Estábamos muy cansados, pero felices. Habíamos logrado trabajar juntos como equipo, poniendo en cada sección nuestras mejores habilidades de manera complementaria, logrando superar de manera inteligente los distintos desafíos que nos presentaba la montaña. Lo que los polacos hicieron en nueve horas, nosotros demoramos 36.
De la montaña, y esta hermosa y técnica ruta, nos llevamos la felicidad de las experiencias vividas, el compañerismo que primó durante el ascenso y, por qué no, la satisfacción de haber alcanzado la cumbre de uno de los contrafuertes del Cerro Arenas, realizando la primera repetición y variante a la ruta abierta en 2017. Todavía quedan desafíos y nuevas historias que contar en el Cerro Arenas y sus alrededores. Esperamos que otras cordadas puedan disfrutar de esta ruta y proponer nuevos itinerarios.
Equipo recomendado
- Rack doble friend #.3 – #3
- Juego simple stoppers (números pequeños)
- 2 tornillos de hielo
- 2 estacas (dependiendo de la época)