La búsqueda de JP Mohr en el K2 tras dos semanas de su desaparición
Ayer, tras casi dos semanas de esfuerzos, el Gobierno paquistaní decidió poner fin a la búsqueda y rescate del chileno Juan Pablo Mohr. Su desaparición se dio en una caótica temporada que pasó rápidamente de la gloria al dolor.
Por Camilo Castellanos
La última vez que Juan Pablo Mohr fue visto fue el cinco de febrero. A las 10:00am, Sajid Ali lo vio, junto a John Snorri de Islandia y Muhammad Sadpara de Pakistán, su padre, en el Cuello de Botella, uno de los tramos más complejos de la ruta, sobre los 8.200 metros de altura y con inclinaciones de 50 y 60 grados. Tras una caótica noche en el Campamento 3, los escaladores iban decididos a alcanzar la cumbre del K2, la segunda montaña más alta del mundo, en invierno.
Esta cima, en esta temporada, hasta pocos días antes era el último gran desafío del montañismo, cuando un grupo de Nepalíes consiguió la cumbre (su líder sin oxígeno). Pero, incluso con el logro de los locales, antes que Mohr, Snorri y Sadpara, la montaña y el desafío los siguió llamando. Mohr quería romper las barreras del montañismo en el estilo más puro, sin el uso de oxígeno suplementario. Al final, pagó el precio más alto.
Cuando Sajid Ali los vio en el Cuello de Botella, ya estaba resignado. Debido a la fatiga decidió usar oxígeno suplementario, pero su regulador no estaba funcionando bien. Su padre le insistió en que desistiera de la cumbre y él se quedó, viendo cómo las tres figuras desaparecían.
Horas después, el mismo cinco de febrero, Sajid Ali comenzó a preocuparse por el no retorno de los tres escaladores. Los GPS y radios habían dejado de funcionar hace días por la altura y el frío. Ali decidió hacer una corta búsqueda cerca del C3 pero no pudo ver ninguna linterna frontal en la oscuridad. Tras 20 horas de espera, Chhang Dawa Sherpa, jefe de expedición de Seven Summits Treks, lo convenció de descender. Su fatiga y el tiempo en altura no le daban muchas posibilidad de ayudar a nadie. Ahí comenzó el rescate.
El seis de febrero, dos helicópteros del ejército paquistaní (vuelan en parejas por el conflicto militar con India) comenzaron la búsqueda y alcanzaron los 7 mil metros, entre el C2 y C3, pero no encontraron rastros de los escaladores. Los fuertes vientos no les permitieron volar más alto y los obligaron a suspender la búsqueda.
Al día siguiente, otro helicóptero alcanzó la altura de 7.800 metros, cerca del hombro del K2, pero tampoco vio evidencia de los escaladores. A solo dos días de la desaparición, el mismo Sajid Ali, quien perdió a su padre, fue quien dio un golpe de realidad a la búsqueda. En una entrevista con un medio local, dijo que no creía que sus compañeros hubieran sobrevivido. La hipótesis que manejaba era que habrían alcanzado la cumbre, pero que tuvieron un accidente en el Cuello de Botella al descender. Pidió que, por favor, la búsqueda continuara para poder traer el cuerpo de su padre.
En Chile, la noticia de la desaparición golpeó a la comunidad escaladora, a los amigos de JP Mohr y a su familia, pero la esperanza de encontrarlo se mantenía viva. “Se ha iniciado una exhaustiva búsqueda con apoyo de las expediciones en la zona y el ejército paquistaní (…) les pedimos tener a Juan Pablo presente en sus intenciones y corazón, si hay algo que sabemos es la fuerza y garra de Juan Pablo. Toda nuestra energía está con él ahora”, publicó The North Face Chile, marca que auspicia a Juan Pablo, en su Instagram.
El 9 de febrero, el equipo de búsqueda entregó un comunicado donde tampoco perdía la esperanza. “El hecho de que no hayan sido encontrados todavía podría ser porque pueden haber construido una cueva de hielo o refugio, y si tenían suficiente gas para derretir agua, podrían extender su supervivencia, pero depende de cuánto hayan conseguido descender en la montaña”, señalaron.
Por 12 días la búsqueda de los tres escaladores continuó. Los vuelos de helicópteros se repitieron y un equipo en tierra comenzó a desplegarse. Las condiciones de la montaña, con fuertes vientos y temperaturas de -40 grados no permitieron alcanzar tanta altura. A esto se sumó el uso de tecnología de radar de la Agencia Espacial de Islandia que permitió llegar a lugares inalcanzables para los helicópteros. Los esfuerzos, sin embargo, no dieron frutos.
Así, a poco de que se cumplieran dos semanas de la desaparición y con familiares y cercanos de los tres escaladores, el ministro de Turismo de Pakistán, Raja Nasir Ali, confirmó la dolorosa noticia. “Todos los meteorólogos, escaladores y expertos de Pakistán han llegado a la conclusión de que un ser humano no puede vivir tanto tiempo en un clima tan severo”, dijo. El anuncio concluyó los esfuerzos de búsqueda y rescate en la montaña y marcó el retiro de los equipos del Campamento Base.
Expedición caótica
La expedición de Seven Summits Treks, de la que era parte Juan Pablo Mohr, había agrupado a 10 alpinistas de diferentes nacionalidades y experiencia, y a 15 sherpas. Pero estuvo lejos de ser perfecta.
Antes de la desaparición de estos tres escaladores, dos integrantes del equipo murieron en la montaña. El primero fue el catalán Sergi Mingote. El 15 de enero, Mingote y Mohr se tentaron con alcanzar la cumbre junto a grupo de nepalíes que llegó a la cima. Pero el cansancio de Mingote los llevó a desistir. A la mañana siguiente, cuando bajaban al C1, Mingote pisó mal y cayó 600 metros cerro abajo. Mohr llegó hasta donde estaba, pero pese a sus intentos por activar un rescate, murió en sus manos. “Han sido días durísimos, pensando y viviendo de cerca la muerte de nuestro amigo”, escribió Juan Pablo Mohr en su Instagram.
Días después, el equipo tuvo otra fatalidad. El búlgaro Atanas Skatov tuvo un accidente al cambiar de cuerdas fijas mientras bajaba del C3, tras desistir de su intento de cumbre. Pero, pese a las muertes, parte del equipo decidió continuar con su intento de cumbre, entre ellos estaba Mohr. Los problemas en la expedición, sin embargo, continuaron.
El 4 de febrero, Colin O’Brady, montañista estadounidense, llegó a unos 100 metros del C3. Fue el primero en alcanzar ese punto y, cómo no sabía bien dónde estaba el campamento, no le quedó más opción que esperar. Según su relato, publicado en Eldeportivo y La Tercera, Mohr con quien había formado una amistad en esta expedición, fue el primero en alcanzarlo. “Tengo cuerda y unos cuantos tornillos de hielo. ¿Por qué no escalamos esta sección en estilo alpino? ¡Vamos!”, recuerda O’Brady que le dijo Mohr. “Esa era su forma de ser”, agregó el estadounidense.
Sin embargo, prefirieron esperar. Pese a que ambos tenían energía, O’Brady no estaba convencido y Mohr tenía los pies muy fríos. Tamara Lunger los alcanzó en el C3, pero desistió de intentar la cumbre al día siguiente. Tras varias horas esperando, comenzaron a llegar el resto de escaladores y se evidenció otro problema. No todos trajeron carpas, esperando que hubiera de expediciones anteriores. Así, 20 montañistas debieron repartirse entre cuatro carpas. La noche apretado convenció a O’Brady de abandonar la búsqueda de la cumbre. Mohr estaba en mejor situación ya que, por el tamaño de su carpa, solo la compartió con Lunger.
O’Brady le escribió a Mohr a través de sus comunicadores preguntando si atacaría la cumbre. “¿Qué piensas?”. Pero Mohr no respondió, sus comunicaciones no estaban funcionando.
La ética de Mohr
“Prefiero no llegar a la cumbre si tengo que ir con oxígeno”, dijo Juan Pablo Mohr (34), arquitecto y padre de tres hijos, en una entrevista publicada en Escalando #54 en noviembre de 2019. Su objetivo era claro y lo diferenciaba de la mayoría de las expediciones chilenas que han viajado al Himalaya: Mohr quería hacer los 14 ochomiles sin oxígeno.
Al poco tiempo mostró su fuerza en estas montañas: consiguió la cumbre del Annapurna (8.091), el Manaslu (8.163), el Lhotse (8.516), el Everest (8.849) (con récord Guinness en estos dos) y el Dhaulagiri (8.167). Todos sin oxígeno. Y ahora volvía por el premio mayor, quería el K2 invernal, uno de los ascensos más ansiados por alpinistas desde hace décadas.
El amor por la montaña de Mohr comenzó desde chico. Su padre, Raúl, lo llevaba desde los tres años a los cerros y a esquiar. Luego uno de sus profesores del colegio les enseñó técnicas de montañismo y escalada en el Cajón del Maipo. Mohr se convirtió en su ayudante. Tras eso, se dedicó por un tiempo al trail running y se obsesionó con cumbres como la de El Plomo. “Subía El Plomo corriendo todos los días, entrenaba durísimo”, dijo en Escalando #54. Pero fue la escalada en hielo la que lo convenció. “Me di cuenta de que tenía que dedicarme a esto, que estar en el hielo era lo que me hacía más feliz, donde me sentía más pleno y tranquilo”, agregó en esa entrevista.
La obsesión de Mohr por la montaña no se limitó a escalarla. Con su fundación Deporte Libre buscó acercar el deporte y la montaña a los jóvenes y a las personas más vulnerables. Esto, con proyectos que recuperó Los Silos en el Parque de los Reyes, Quinta Normal. Y no se limitó a Chile. Entre sus últimos proyectos estuvo construir un muro y desarrollar una zona de escalada, con talleres para los locales, en un pueblo de Nepal.
Su legado marcó al montañismo y a la comunidad escaladora nacional. Los mensajes de apoyo y de fuerza llenaron las redes sociales mientras se realizaba la búsqueda. Ayer, la familia Mohr Prieto publicó un comunicado oficial donde, pese al dolor, admitía que se llevaron una grata sorpresa con “la gigantesca comunidad que surgió con el solo fin de apoyar y darle ánimo a Juan Pablo”. “Ha sido un regalo y un aliciente en estos días saber cuánto amor y admiración generó nuestro querido JP”, agregaron. Y agradecieron por el futuro, “donde sabrá cumplido su legado: acercar la montaña y su cultura a la gente”.
El comunicado también recordó una frase que Juan Pablo repetía: “Es en la montaña donde me siento vivo”.