Serendipia Andina: Primera ruta por la cara sur de Picos del Barroso


Tras ver sus planes patagónicos truncados por la pandemia, una cordada nacional decidió ir en busca de la aventura más cerca de Santiago. Así, decidieron ir por el sueño de abrir una nueva ruta en el Picos del Barroso, en la Región de O’Higgins. Y, tras nueve días de dura y arriesgada expedición, lo lograron. “Si bien el sueño no fue cumplido a plenitud, habíamos vivido una aventura real teniendo una verdadera experiencia de montañismo de exploración, en la cual recorrimos lugares donde nunca había pasado un ser humano, cruzamos grietas colosales, transitamos por delgados puentes de hielo y pudimos disfrutar de la vista y el paisaje, en un día casi perfecto”.

Texto: José Vial

Fotos: Damir Mandakovic y Roberto Mayol

El sueño
El sueño de todo montañista es abrir una nueva ruta en alguna montaña. Un amigo, Juan Manuel Santa Cruz, tenía el sueño de hacerlo, pero en el 5.000 más austral de Chile: el Picos de Barroso, ubicado en la Región de O’Higgins, cuya cara sur nunca había sido ascendida hasta entonces. Un sueño que casi logra alcanzar en una expedición organizada el año 2015.
Siguiendo sus pasos y, en un contexto de pandemia, en donde la expedición que habíamos planeado para la Patagonia se canceló, decidimos apostar por algo más cercano a Santiago y para cuyo comienzo no fuera necesario grandes logísticas. Finalmente, optamos por el Picos del Barroso. Conformamos esta expedición: Juan Manuel Santa Cruz, quien iba por la revancha; Roberto Mayol; Damir Mandakovic, también conocido como el “Negro”, y yo, José Vial. Sin embargo, Juan Manuel debió restarse a pocos días de partir por razones laborales.
El plan original era ingresar al cajón del Cachapoal hasta llegar cerca de la frontera, y alcanzar la cara sur del macizo machalino, intentar su ascenso por la arista central y, desde la cumbre, bajar por la ruta normal saliendo por el cajón de Paredones. Sin embargo, la nieve caída esta temporada y los testimonios del arriero Roberto Cádiz, quien fue a explorar el cajón unos días antes, nos convencieron de que era mejor subir y bajar por el mismo cajón del Cachapoal, terminando con ello el afán de realizar la travesía.
Así llegó finalmente el día de partir. Meses de encierro, deporte en la casa y planes truncados llegaban a su fin. Salimos de madrugada al Puma Lodge donde nos reunimos con Don Roberto, quien tenía los caballos y las mulas que nos llevarían en el primer tramo de ese día, hasta que la nieve nos obligó a iniciar la caminata, la que se extendería por dos jornadas más.

Fueron días largos, en los que transitamos rápidamente por la antigua huella de autos a la nieve y de la nieve a la morrena, con una noche nevada de por medio, hasta que, finalmente, en medio de una mañana nublada que lentamente se fue despejando, comenzó a mostrarse frente a nosotros la imponente cara sur. Esa de la que tanto había hablado Juan Manuel.
Todo lo que se nos había dicho fue poco. Al frente teníamos una inmensa pared cóncava de 2.000 metros de altura y kilómetros de ancho cubierta por el glaciar Cachapoal en sus lados poniente y norte, mientras que hacia el este se transformaba en un muro de roca inexpugnable. Cuando se abrió del todo, y después de llegar al punto donde pensamos armar el campamento, nos dedicamos durante un largo lapso a observar el espectáculo que teníamos frente a nuestros ojos, estudiando la ruta de la arista central que habíamos pensado hacer desde nuestras casas y dibujando una ruta alternativa a través del glaciar mismo que parecía menos técnica, pero un poco más expuesta. Fueron horas de silencio y reflexión, contemplando entre temerosos y anonadados este espectáculo que parecía más bien un lugar sacado de Los Andes incaicos o de los relatos himalayeros, que una montaña chilena.

Superada la primera impresión, armamos el campamento e iniciamos las faenas de derretir nieve, cocinar y preparar la estrategia del día siguiente. Conversamos harto, reflexionando sobre el estado de las laderas, los obstáculos, las condiciones en que se encontraba cada uno de nosotros después de tres días de aproximación y los miedos de internarse en lugares que no habían sido hollados por ser humano alguno.
Producto de la falta de material y lo cargada de nieve que estaba la ruta, desistimos de la arista central, intentada por Juanma unos años antes, y optamos por la ruta del glaciar mismo que se ubicaba más a la izquierda.
Conversando, le comenzamos a poner nombre a las distintas partes del nuevo desafío que teníamos por delante. Identificamos cuatro grandes partes: i) el campo de tiro, que consistía en un plano del glaciar, superada una primera ladera, rodeada de paredes de hielo y a donde iba a parar el material que descargaban los glaciares superiores; ii) la primera plataforma, ubicada arriba del campo de tiro, a la cual se accedía por una ladera que salía desde la izquierda del último, y que debía ser atravesada de derecha a izquierda, apostando a que los bloques que colgaban en lo alto no se desprendieran; iii) la segunda plataforma localizada arriba y a la derecha de la primera; y, iv) el gran tobogán, que parecía una gran canaleta que salía desde la segunda plataforma y nos permitía subir lo suficiente para llegar a la cumbre chilena y desde ahí conectar con la ruta normal hacia la principal.
Por lo expuesto de la ruta, todo el trayecto entre el campo de tiro y la segunda plataforma debía hacerse antes de que el sol tocara la pared y comenzara la caída de hielo y nieve que había dejado sus marcas en el glaciar.
Después de acordar el camino a seguir, disfrutamos de una tarde de ensueño, sacando fotos a las cumbres nevadas que nos rodeaban, y nos acostamos temprano habiendo previamente dejado las mochilas listas para el día siguiente.

Las dudas
Muy de madrugada sonó el despertador. Mayol comentó haber escuchado avalanchas en la noche y el Negro comenzó a exteriorizar las primeras dudas sobre la viabilidad de la ruta. Desarmamos el campamento y nos pusimos a avanzar en medio de una noche negra que no permitía vislumbrar más allá de lo que iluminaban nuestras linternas.
Fue así como caminamos casi a tientas hasta alcanzar la primera elevación del glaciar que nos llevaría al campo de tiro. Subiendo, comenzamos a ver las primeras grietas que nos llevaron a encordarnos. Luego encontramos una grieta lo suficientemente grande que nos tuvo varios minutos buscando la vuelta. Finalmente, llegamos al campo de tiro cuando el sol ya tocaba la cresta de la pared. Era demasiado tarde y el Negro estaba más convencido que nunca de que no quería subir. Decidimos replegarnos a un campo base avanzado para intentar la ruta el día siguiente, pero partiendo al menos un par de horas más cerca del campo de tiro.

El día se fue en armar un nuevo campamento, cavar una cueva para capear el sol inclemente y repartirnos las cosas entre Mayol y yo. El Negro definitivamente se quedaría abajo.
La jornada siguiente comenzó muy parecido, el despertador sonó a las 3:00 de la mañana, a las 4:00 caminábamos encordados después de habernos despedido del Negro. Todavía oscuro, llegamos al campo de tiro y, sin luz, llegamos al borde de este. Comenzamos a ascender a la primera plataforma a través de grandes grietas que se escondían de la vista que habíamos tenido desde los campamentos inferiores.
Luego de unas tres horas llegamos a la primera plataforma cuando ya comenzaba a aclarar, pasamos rápidamente a través de ella y los restos de avalanchas de días anteriores, bajo grandes bloques de hielo frágilmente equilibrados sobre nuestras cabezas. Cuando logramos salir de ella comenzamos a progresar por una empinada arista. Escuchamos desprendimientos que caían tras de nosotros hacia el canalón donde habíamos estado minutos antes. Fue en esa arista donde empezaron los primeros obstáculos, al tropezar con dos grietas que la nieve escondía traicioneramente, no quedando más alternativa que encaramarnos a la parte del frente para poder sortearlas. La nieve, con una superficie dura sostenida por una capa gruesa de nieve polvo, despertó nuestras primeras alertas, pero no podíamos parar, la seguridad estaba arriba y sólo podíamos subir.
Seguimos avanzando hasta salir de la arista y comenzamos a progresar por una pala que nos llevó al borde de la segunda plataforma, la que estaba rodeada de una gran grieta que en sus partes más anchas podía guardar un bus adentro. Al llegar a ese punto, Mayol tomó la delantera y luego de estar varios minutos buscando una pasada encontramos un puente de hielo de 40 centímetros de ancho y varios metros de largo, que nos obligó a cruzarlo prácticamente montados.

Ya en la segunda plataforma nos dirigimos al gran tobogán que se transformaría en un penoso ascenso por una ladera bien empinada en donde nos enterrábamos hasta más arriba de la rodilla en algunas partes. Mayol comenzó a titubear y me hice nuevamente a la cabeza para, sin pensar, avanzar durante horas en esa ingrata ladera.
Serían cerca de las 4:00 de la tarde cuando, luego de casi once horas de marcha con mochilas y 1.400 metros de desnivel, logramos encontrar finalmente un lugar protegido de los seracs superiores y con la pendiente suficiente para armar una terraza. Estábamos realmente agotados.
Cavamos una terraza, armamos la carpa y disfrutamos brevemente de la puesta de sol, hasta que salió un viento infernal que llenó todo de nieve y nos obligó a cocinar dentro de la carpa. Eran horas de sumo cansancio y, conversando, comenzaron a aparecer las primeras dudas sobre lo que habíamos hecho. Nos cuestionamos la seguridad de la bajada y comenzamos a plantearnos la posibilidad de bajar por la ruta normal. A medida que avanzaba la noche, el viento crecía amenazando con romper la carpa y expulsarnos de la plataforma. Fue necesario salir a sacar la nieve que comenzaba a cubrir la terraza y nuestra carpa. Definitivamente fue una mala noche que solo hizo acrecentar nuestras dudas.

Al día siguiente, el viento cesó y la mañana parecía gloriosa. Conversamos con el Negro por radio y optamos por bajar ese mismo día, luego de intentar la cumbre, para descender con la luz de la tarde el tobogán y esperar a la mañana siguiente en la segunda plataforma para salir de la pared.
El intento
Desarmamos el campamento y nos pusimos las raquetas para progresar más rápidamente por la nieve hasta llegar a una gran grieta que nos tomó casi una hora superar; una hora que sería decisiva. Continuamos hacia el filo cumbrero y nos encontramos con la última gran grieta, de varios metros de ancho, que a su vez tenía un ancho puente suspendido que nos permitió superar este último obstáculo.
Finalmente, cerca de las 12:30, logramos salir al filo cumbrero y empalmar con la ruta normal. Agotados por el esfuerzo del día anterior, llegamos cerca de las 13:00 horas a la cumbre chilena, donde paramos un rato a descansar.
Encontramos el testimonio de cumbre del Club Andino Rancagua, que comenzamos a leer, mientras a un par de kilómetros se veía la cumbre principal. Renunciamos a esta última debido al cansancio y al plan de bajar ese día a la segunda plataforma. Si bien fue duro no alcanzarla, ya no queríamos seguir arriesgando más.

Nos inscribimos en el libro de la cumbre chilena, sacamos fotos, hicimos un video y nos volvimos siguiendo la huella de lo subido, pasando al campamento a recoger el equipo y comenzar a descender rápidamente por el tobogán, al punto que luego de llegar a la segunda plataforma optamos por salir ese mismo día de la pared. Lo logramos con las últimas luces del día.
Llegamos a las 8:00 al campamento base original, donde el Negro nos esperaba ansioso para, luego de abrazarnos y armar el campamento, disfrutar de las viandas que secretamente había llevado Mayol como contrabando. Lejos, el mejor momento de la expedición fue el reencuentro de los tres y sabernos a salvo fuera de la pared, momento celebrado con vino, jamón serrano y papas fritas.

Si bien no habíamos logrado llegar a la cumbre principal, logramos abrir la primera ruta en la cara sur hasta la cumbre chilena, donde empalma con la ruta normal para llegar al punto más alto del macizo andino, algo que el Negro nos recordaba una y otra vez. A pesar de que el cansancio nos había hecho cobardes, encontramos una solución al problema de la cara sur.
A esa noche de celebración y alivio le siguieron dos largos días de retorno, que fueron complementados con una parada en los Baños de la Galería y el encuentro con Roberto Cádiz en el mismo punto donde habían llegado los caballos a la ida. Arribamos finalmente de vuelta al Puma Lodge después de nueve largos días de expedición.
Si bien el sueño no fue cumplido a plenitud, habíamos vivido una aventura real teniendo una verdadera experiencia de montañismo de exploración, en la cual recorrimos lugares donde nunca había pasado un ser humano, cruzamos grietas colosales, transitamos por delgados puentes de hielo y pudimos disfrutar de la vista y el paisaje, en un día casi perfecto, de la cumbre chilena. La cumbre principal quedará para la próxima expedición que quiera aventurarse por esos lejanos parajes machalinos, en donde la Serendipia Andina logró abrir la primera ruta por la cara sur del Picos del Barroso.

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