Ascenso invernal al Volcán Quinquilil
La cordada compuesta por Nicolás Salgado y Leo Bastidaz realizó un técnico ascenso a este volcán localizado en la región de La Araucanía. “Realizamos 12 horas y 30 minutos en una jornada continua, combinado esquí de montaña y escalada mixta, con increíble calidad de terreno. Y, sobre todo, agradecimos la paz encontrada, lo puro y limpio del oxígeno, las enseñanzas de la madre tierra…”, narra Nicolás.
Por Nicolás Salgado
Somos privilegiados de convivir con estos ambientes naturales, poder recorrerlos e insertarnos en esta sección de la cordillera de los Andes Araucanos. También somos muy afortunados de tener la oportunidad de encontrar la tranquilidad, la conexión con el entorno y, a la vez, realizar lo que nos llena de motivación y nos hace vibrar; recargarnos de energías imprescindibles para avanzar en la senda de la vida, en el interesante camino de descubrir y cumplir los sueños, las proyecciones, convirtiéndolos paso a paso en algo tangible y real.
En otoño alcanzamos la cumbre tras una larga jornada, de 17 horas, que incluyó 6 kilómetros de pedaleo cuesta arriba, parte de la aproximación e, incluso, barreras cerradas, pero mucha motivación. Tras eso, volvimos en invierno y esta vez decidimos probar un nuevo ascenso por un depósito de avalanchas que tiene más desnivel, pero menos distancia que recorrer: una empinada quebrada con un extenso depósito de múltiples avalanchas ramificadas y detonadas por efecto dominó.
Por distintas razones, nuestro primer intento a este colmillo, de esta expedición, no comenzó a la hora adecuada para alcanzar a completar la sección de escalada, a lo que se sumaron condiciones de viento y, sobre todo, escasa cohesión del manto: la nieve estaba polvo y el hielo se pulverizaba bajo los piolets y crampones. Así que, luego de escalar un largo nadando en cristales, decidimos regresar y aprovechar los últimos cuarenta minutos de luz para descender y esquiar avanzando lo más posible en medio de la nube que envolvía el cerro y sus faldeos, ¡así fue! A pesar de la escaza visibilidad, la primera sección de esquí fue bastante expedita, luego vino una sección muy diferente con un depósito de 800 metros aproximados de desnivel, bien técnico, muy físico, un escarpado terreno irregular con bastantes quilas cruzadas por todos lados. Buscamos la línea menos interrumpida que nos dejó a pocos metros del auto.
Una semana después, las condiciones del terreno parecían haber mejorado por lo que decidimos, junto al buen Leo Bastidaz hacer un segundo intento, evitar retrasos e ir a la hora adecuada. Así que, la tarde noche del 5 de agosto 2020, partimos al sector donde empezaríamos la aproximación en randonne. Esa noche comimos, calentamos agua y estacionamos el auto lo más horizontal posible para sumar unas horitas de sueño antes de partir.
A las cuatro veinte de la mañana sonó la alarma y activamos el movimiento, los necesarios mates bien calientes para energizar, un desayuno bien nutritivo, avena, frutos secos, kombucha, un último ajuste de las mochilas y partimos bien motivados a la ascensión. Terminando de subir el depósito de avalanchas, apreciamos un radiante amanecer. Estaba frío y se nos mostraba claramente la ventana perfecta para continuar.
De camino pillamos a la otra cordada local, los motivados y sonrientes Andrés Bozzolo, Vicente Gómez y Javier Zelada que realizaban su primer intento de la temporada fría al Colmillo, sabíamos que estarían allí, habíamos hablado con ellos unos días antes sobre la ventana de buen tiempo, los accesos e itinerarios. Así podíamos estar atentos a nuestros compañeros en el cerro. Ellos habían partido un poco antes, tuvieron que abrir huella de randonee e irían con calma en sus tiempos como equipo. A pesar de un par de retrasos resueltos, se veían disfrutando y felices de estar allí. Bueno, ¡como no estarlo! Con el tremendo día y mágico lugar.
Antes del medio día ya estábamos observando la línea que teníamos pensado ascender. Esta vez nos dirigimos directo a la base de la cara suroeste del estrato volcánico, el manto estaba compacto y estable, algunas exposiciones guardaban nieve polvo, pero en general teníamos muy buena tracción con los crampones y piolets. Esto facilitó y agilizó el acercamiento a pie de vía, donde nos encordamos para empezar a escalar.
En esta oportunidad, Leo resolvió el primer largo, un drytooling que tenía hielo acumulado y bien guardado. Esto nos permitió progresar a buen ritmo. Leo protegió con un par de empotradores rebuscados, un clavo de roca martillado hasta la mitad, pero sólido y luego, desde el punto que habíamos abandonado una semana antes en el primer intento de la temporada de invierno, donde había otro clavo a prueba de bombas que dejamos para un descuelgue con una runner bien larga, hizo una travesía para tomar el cresteo de la cara sureste. Aprovechando que las condiciones se veían de lujo en esa exposición, puso otra protección en roca, un punto cinco, y montó una reunión abajo de un corredor de nieve dura, unos 40 metros sobre el clavo que habíamos abandonado anteriormente.
Con una privilegiada postal en vivo del Volcán Lanín a nuestras espaldas, y todo teñido de blanco, empecé a escalar los últimos 60 metros, un corredor aéreo bastante seguro. Escarbé un poco, puse un numero uno bomba bajo la nieve, luego una estaca que me dio confianza para salir a eso de las dos de la tarde a la hermosa y privilegiada vista de la cumbre de el Volcan Quinquilil, en el corazón de los abundantes mantos de la Araucanía Andina.
Armé una reunión justo en medio de la cumbre con una estaca y la pala estilo hombre muerto. Estaba todo calmo, con una temperatura perfecta y un silencio muy agradable que pronto fue acompañado por el sonido de los piolet y crampones avanzando sobre la nieve: mi compañero escaló rápido, recuperando todo el material. Fuimos inmensamente afortunados de compartir este tremendo escenario de la naturaleza y agradecimos la oportunidad de empaparnos de tal vital energía que nos entregan estos increíbles lugares insertos en los rincones de nuestra grandiosa wallmapu.
Con algo de tiempo a nuestro favor, nos quedamos casi treinta minutos en la mágica cumbre, tomamos te caliente, comimos un pichintún, lo necesario para recargar energías, y nos dirigimos a la zeta de hielo sobre un rocón, que había dejado avanzada el visionario Leo antes de llegar a cumbre. Ahí, tomó un pequeño desvío a ver si encontraba el descuelgue que se usa en la época más seca, que para esta fecha estaba totalmente bajo nieve y hielo. Como no lo encontramos, colocamos una estaca de apoyo, para ver cómo reaccionaba la confiable zeta, y comenzamos los descuelgues.
A unos 30 metros de la cumbre nos encontramos con la cordada que escalaba una línea más directa. Tuvimos un intercambio de risas conversadas, mientras buscábamos la fisura ideal para un clavo y armar un segundo descuelgue, nuevamente estaca de apoyo, mi compañero gritó libre, retiré la estaca y me descolgué. Leo me estaba esperando en el último punto: el clavo que dejamos en el intento anterior, que ya estaba probado no solo por nosotros, sino que también por la cordada de Víctor Astete y Pachi Ibarra, que también lo utilizaron para descender un día después de nuestro intento de la semana anterior. En todo caso, siempre es muy importante asegurarse que esté bien puesto y revisarlo más de una vez.
En pie del Colmillo nos cebamos unos mates y nos tomamos con relativa calma el regreso, no queríamos perder de vista al otro equipo de amigos montañeros que aún estaban arriba, así que aprovechamos para comer lo que nos quedaba y comenzamos a esquiar una canaleta con buena pendiente que daba la vuelta más abajo y nos unía con la misma huella por la que subimos. Al igual que el resto del cerro, tenía acumulación de nieve fresca y manchones duros en el lado opuesto, sin embargo, estaba bueno para esquiar y la nieve se conservó por la baja isoterma del día.
Así fue como nos fuimos alejando poco a poco del Cerro Quinquilil. Esquiamos por el mismo filo que transitamos para subir, luego nos dirigimos al depósito y enfrentamos la agotadora esquiada, pero era el último tramo hasta la misma puerta del auto. Realizamos 12 horas y 30 minutos en una jornada continua, combinado esquí de montaña y escalada mixta, sin inconvenientes e increíble calidad de terreno en general. Y, sobre todo, agradecimos la paz encontrada, lo puro y limpio del oxígeno, las enseñanzas de la madre tierra, poder apreciar la fortaleza que tiene la flora y fauna que habitan estos espacios, el incondicional compañerismo de los amigos, necesario para mantenernos firmes en estas aventuras disciplinadas, el apoyo de las marcas que facilitan el andar y cada una de estas experiencias que nos entrega la vida en el camino que decidimos forjar.