"No me olviden": extracto del nuevo libro de Rodrigo Fica sobre accidentes en montaña


Rodrigo Fica, montañista, deportista Petzl, escritor y antiguo editor de montaña de Escalando, nos presenta «No me olviden», su cuarto libro. Organizado en 4 partes (conceptos, datos, estadísticas y reflexiones), aborda el fenómeno de la accidentabilidad en los ambientes de montaña de Chile entre los años 1900 y 2019, conteniendo en sus aproximadamente 480 páginas el detalle de 438 incidentes, 41 tablas, 42 gráficos y 10 esquemas. Para comprarlo, ingresa al siguiente link.
¿Qué rol tiene el Estado en los rescates? ¿Quién debe financiarlos? O, ¿quiénes deben realizarlos? Son algunas de las preguntas que se hace Fica en las reflexiones que dejan sus capítulos finales. Acá les entregamos un extracto sobre los rescates en Chile. 
 
Por Rodrigo Fica
Intelectualmente hablando, puede ser muy atractiva la noción de que la práctica de estas actividades (excursionismo, montañismo, esquí y otras similares) es un asunto de libertad personal.
Porque, al fin y al cabo, mientras se respete la ley, nadie tiene la prerrogativa de impedirme ir adónde yo quiera, cómo quiera y cuándo quiera; ni siquiera el Estado (y menos con la excusa que lo hace para protegerme de mí mismo). Comportamiento que ha de ser permitido, puesto que respetar las decisiones soberanas de los ciudadanos siempre ha sido el test supremo para determinar qué tan coherentes con sus principios son las sociedades que se dicen tolerantes, ilustradas y democráticas.
Sin embargo, hay un problema en la forma como se plantea esta postura: que solo hace referencia a los derechos, no a las responsabilidades. Por lo tanto, para un cabal ejercicio del libre albedrío, la anterior declaración debería ser modificada para incorporar tal aspecto. Y quedar así:
Mientras se respete la ley, nadie tiene la prerrogativa de impedirme ir adónde yo quiera, cómo quiera y cuándo quiera, siempre y cuando me haga responsable de las consecuencias que aquello ocasione.
Lo que inmediatamente desata la monumental problemática de los rescates.
Porque, por supuesto, todos nos imaginamos luchando en contra de los elementos a cara descubierta y con el pelo al aire, sin tener que pedir permiso o darles explicaciones a nadie. Hasta que, oh destino, algo pasa y quedamos botados, heridos y en peligro de muerte; instantes en los cuales nuestras ambiciones, orgullos y vanidades desaparecerán rápidamente, para concentrarse en la emisión de un simple mensaje: por favor, ayúdenme. Lo que desencadenará una urgente movilización que quizás no merezcamos, pues nunca nos detuvimos a reflexionar en los efectos que nuestros supuestos hermosos y libres actos iban a provocar; ni menos que después tendríamos que hacernos cargo de ello. Que si no, si tal ejercicio de pensar en las responsabilidades se hubiera hecho antes de partir, muchas cosas se habrían efectuado de manera distinta y, de seguro, muchas otras personas también estarían aún con vida.

Desde el punto de vista de la sociedad, este es un tema macro que incluye buscarle respuestas a profundas cuestiones que van de lo filosófico a lo mundano. ¿Debemos ir nosotros en ayuda de los necesitados? ¿Hasta dónde hemos de extremar tales esfuerzos? ¿Qué mecanismos de alerta tenemos que implementar? ¿Cómo organizar los operativos? Y, por supuesto, ¿quién los financiará? Puesto que establecer un sistema de salvamento exige tales cuantiosos recursos que, en caso de provenir del erario nacional, su empleo estará siempre bajo escrutinio. Con el potencial de ocasionar escozor y cuestionamientos por parte de la opinión pública si se comprueba que estos han sido mal utilizados.
En el caso de Chile, nuestro país está alineado con la visión, prevalente en gran parte del mundo, que se ha de ir siempre en ayuda de quien esté en riesgo vital; se encuentre donde se encuentre y sin discriminar. Una intención que se ejecuta en la medida de las posibilidades, que se origina en el sentimiento noble de solidaridad que la especie humana se propone para con los suyos y que se refleja de maneras diversas en nuestras constituciones y tratados internacionales vinculantes. Por eso es que vamos en busca de un niño perdido en el Altiplano, auxiliamos a un yate en problemas cerca del Cabo de Hornos o, el asunto que nos convoca, socorremos a quienes sufren percances en los ambientes de montaña.
No obstante, para realizar un rescate en los Espacios Salvajes no basta con enviar una camioneta o una ambulancia al sitio del suceso, sino que se necesita además un equipo de personas que pueda solucionar, con variaciones, los mismos desafíos topográficos‑logísticos enfrentados antes por el o los accidentados. En un operativo que requiere organización, conocimientos y destrezas especiales que han de ser ejecutadas lo antes y más rápidamente posible. Es decir, es un asunto complejo; o sea, riesgoso.
Por eso es tan importante la existencia en estos procedimientos de un helicóptero. Un vehículo cuyo actuar elimina de raíz la mayoría de los descritos inconvenientes, moviéndose expeditamente sobre terrenos que, de otra forma, se convertirían en serios obstáculos para resolver las crisis. Sí, es cierto, este aparato no sirve para todas las eventualidades, puesto que su operación solo es posible si coinciden favorablemente varios factores (clima, visibilidad, experticia); además que su utilización representa un adicional riesgo en sí (como lo atestiguan los regulares accidentes de los que son parte). No obstante, sumando y restando, el balance al final es concluyente: en la actualidad, cualquier rescate en los Espacios Salvajes que se precie de efectivo ha de contar con la opción de usar helicópteros.
Que es fácil de decir, pero difícil de implementar; ya que su adquisición, operación y mantención es extremadamente onerosa. Lo que explica por qué en los hechos hoy en día la mayor parte de los más importantes y emblemáticos rescates en los ambientes de montaña son realizados por organizaciones que cuentan con ellos. Principalmente, Carabineros de Chile.

Institución que los efectúa sin cobrar por ello. Es decir, en principio, cualquier persona, chileno o extranjero, hombre o mujer, niño o adulto, que sufra un percance y sea evacuado por Carabineros de Chile, no deberá retribuir ni compensar económicamente a este, o al Estado, por el «servicio» recibido; aunque el procedimiento haya sido en un remoto paraje usando una cuantiosa logística (personas, animales, vehículos, etcétera). Lo que sí, como esta organización tiene un presupuesto limitado para resolver un extenso rango de situaciones, no siempre habrá un aparato disponible para responder a las emergencias; lo que lleva a priorizar su uso y, en ocasiones, en la imposibilidad de enviarlo a tiempo (que es la razón por la que a veces los cercanos a los afectados contratan helicópteros privados).
El motivo de esta gratuidad, que abre la posibilidad de abusos por parte de los rescatados (ejemplos hay), claramente no es el resultado de un especial proceso de reflexión nacional enfocado en facilitarle la vida a los montañistas o excursionistas. Más bien pareciera ser una consecuencia (o vacío legal) del mandato entregado a Carabineros de Chile para ir en ayuda del necesitado; uno que se originó en los primeros marcos jurídicos que nos gobernaron y que luego por omisión se mantuvo con cada cuerpo normativo.
No todas las sociedades tienen tal aproximación y cada una de ellas ha enfrentado este asunto como ha estimado mejor a sus intereses. En algunas, principalmente las naciones que rodean los Alpes en Europa, es un tema que está consolidado; con recursos, capacidad y financiamiento (incluyendo seguros) que han alcanzado un nivel de depuración tal que se tiende a verlos como el modelo a seguir. Al mismo tiempo que también hay otros países en el mundo que cuentan con nada, y en donde sus visitantes recorrerán sus áreas de montaña enfrentados a la cruda realidad que, si surge algún imprevisto, tendrán que arreglárselas por su cuenta.
El rango de soluciones que existe entre ambos extremos es, entonces, amplio. Y esa es quizás la primera gran observación que se puede hacer aquí: que cada vez que se debata el tema de los rescates para Chile, se ha de evitar copiar sistemas del extranjero sin hacer antes una correcta lectura de las circunstancias que les dieron vida; o, de lo contrario, lo único que se logrará es el fracaso de las medidas. Que en Chamonix siempre esté listo un helicóptero para ir en ayuda de algún accidentado, no significa necesariamente que esa sea una buena idea para implementar en Santiago; de la misma manera que no porque en el monte Kenia haya un equipo de 4 personas a 4 mil metros las 24 horas los 7 días de la semana, eso implique que tal aproximación sería la idónea para el cerro San Lorenzo. Como se ha implicado ya varias veces antes en este libro, el contexto importa.
Pero, como es de esperarse, cuando se llevan a cabo conversaciones para avanzar en la problemática de los rescates en nuestro país, no se produce tal informado y racional ejercicio; viéndose cómo la mayoría de las ideas que se proponen (normalmente nacidas de las buenas intenciones o la ignorancia), apenas enunciadas se revelan como inviables.

Por ejemplo, típico que se aboga por exigirles a los montañistas, excursionistas, esquiadores o corredores extremos que, en caso de ser rescatados por Carabineros de Chile, reembolsen los costos incurridos por ir en su ayuda. Lo que parece ser razonable… hasta que se entiende que implementarlo trae aparejado un cúmulo relevante de nuevas complicaciones. Y si bien algunas de ellas tienen maneras de abordarse dado que son meramente prácticas (qué, cuánto y cómo cobrar), otras entran de lleno en conflicto con el básico principio de no discriminar. Esto pues los ejecutantes mencionados no son los únicos a quienes se auxilia; también se realizan operativos similares para ir en ayuda de los otros actores (conductores, operarios, arrieros), los que practican deportes en aire y agua (kayak, parapente, natación), o, por supuesto, ciudadanos comunes y corrientes que se ven en problemas (localidades aisladas por mal tiempo, urgentes traslados de órganos para trasplantes, evacuación de zonas de guerra, etcétera). Los anteriores recibiendo ayuda de Carabineros, la Armada o la Fuerza Aérea en costosos procedimientos, pero sin que tales acciones causen molestia pública. Una disímil respuesta que, por si quieren saber, tiene su origen en que la gente, en el fondo, sigue considerando las actividades al aire libre como actos suntuarios, inútiles o, derechamente, estupideces.
Ah, pero (se agrega)… si lo anterior es tan solo para quienes hayan actuado en forma irresponsable.
A lo cual inmediatamente se replica que, a la par que tal ajuste no aborda ni soluciona en nada el anterior problema de la discriminación (ya que solo se castigaría a los «irresponsables» de Aventura; no a todos los «irresponsables»), además hace surgir otro dilema: ¿quién decide cuándo los involucrados incurren en comportamientos inadecuados? Porque los jueces, la policía, los «expertos» e, incluso, buena parte de los mismos ejecutantes, han demostrado tener una deficiente cultura de montaña; incluyendo aquí la comprensión cabal de los variados conceptos referenciados en este libro. Carencia que, de implementarse esta medida, haría surgir la válida aprehensión acerca de la ecuanimidad de las sentencias, ya que es imposible que esta falta general de educación no termine por influenciar al ente que evaluará las conductas (probablemente el poder judicial).
Y luego está la otra clásica propuesta de exigir seguros de rescate. Que tampoco se ha podido implementar en Chile debido a que… no hay.
Que casi parece un chiste, pero no lo es. Nada más que el clásico olvido del voluntarismo al presentar soluciones que lidian con la indiferente franqueza del mercado. La realidad aquí es clara: en esta área y hasta el día de hoy, no hay una demanda insatisfecha en nuestro país que incentive la creación de productos que el sector privado evalúe como rentables (a menos que haya subsidios de por medio, pero ese tema es mejor ni siquiera tocarlo). Ya sea porque en los hechos hoy los rescates son gratuitos, son relativamente pocos los ejecutantes de acciones de interacción riesgosa, las chances de sufrir accidentes son bajas, o por uno y mil argumentos diferentes que se pueden seguir enunciando. Y en cuanto a adquirirlos en el extranjero, a pesar de lo que se escucha a veces por ahí, tampoco es opción real para la mayoría de los chilenos por el cúmulo de requisitos que se exigen y que son imposibles de cumplir (tales como poseer residencia en el país donde se ofrece el seguro en cuestión).
Además que, de hacerlo obligatorio, se provocaría inmediatamente un cambio de expectativas del «usuario»; quien, ya que ahora está pagando por ser rescatado, tendrá todo el derecho del mundo para exigir que este sea realizado por un equipo profesional.
Que en Chile tampoco existen.
Porque la unidad de Carabineros de Chile encargada en los tiempos presentes de responder a estas emergencias, el Grupo de Operaciones Especiales (GOPE), no lo es. Esto debido a que su rango de acción definido es demasiado amplio; incluyendo allanamientos, desactivación de explosivos, operativos antidelicuencia y cualquier situación que requiera un manejo policial especial (como su sigla implica). Pero tal misma diversidad es la que le quita la necesaria especificidad que los actos en los Espacios Salvajes requieren; como lo es poder orientarse en la noche en un glaciar, moverse cómodamente en esquís o asistir a personas en la mitad de una pared de roca. Demandas de rendimientos y habilidades físico‑técnicas que toma años desarrollar y que es irrealista e injusto exigírselas a los miembros del GOPE.
Problema que se acabaría si, otra propuesta clásica, se creara un nuevo cuerpo profesional dedicado exclusivamente a los rescates en los ambientes de montaña. Que sería lo ideal, si no fuera porque es una solución extremadamente cara.
Medítenlo un momento. Implementarlo significaría financiar la operación a tiempo completo de un grupo amplio de personas con elevado perfil profesional (con dominio en primeros auxilios, maniobras de cuerda, operaciones aéreas, desplazamientos técnicos, etcétera). Lo que requiere un presupuesto que financie instalaciones, remuneraciones, equipamiento, logística, seguros y todo lo necesario para que sus miembros puedan capacitarse, entrenar, practicar y operar. Y no solo para una sede. Puesto que, dadas las características geográficas de Chile, la única manera de responder razonablemente a las emergencias sería contar con varias de ellas (en principio, cuatro; para abarcar norte, centro, sur y extremo sur).

Rodrigo Fica ha estudiado por años los accidentes en zonas de montaña en Chile y tiene uno de los registros más completos que hay actualmente en el país.


Cuando, quizás, tal vez… todavía no se justifica incurrir en tal inversión. Ya que a lo mejor, y a pesar de las polémicas que surgen cuando ocurren tragedias que conmueven a la opinión pública, quizás la tasa de accidentes que experimenta nuestro país es baja comparada a la que sucede en otras latitudes o en otros aspectos de la vida diaria (como la accidentabilidad debido al tráfico). Que en caso de ser cierto, haría ver la ausencia de equipos profesionales de rescate en Chile más como un ajuste natural de la situación que a una demostración de un hipotético subdesarrollo.
Por supuesto, si bien el principal actor en el plano local hoy en día es Carabineros de Chile, también hay otras organizaciones que contribuyen y siguen aportando a las labores de ayuda en los Espacios Salvajes.
Una de ellas es el Cuerpo de Socorro Andino (CSA). Una institución civil que durante muchas décadas fue el principal grupo de rescate en montaña de nuestro país; actuando a nivel nacional, movilizándose hábilmente en terrenos complicados, siempre en base al voluntariado y también en forma gratuita. Un aporte, entonces, que no puede ser obviado. Es tan solo que, en los tiempos presentes, su operación está muy disminuida y con un presupuesto tan menor que apenas le alcanza para sobrevivir (y menos para contar con helicópteros).
A los mencionados también hay que agregar aquellos otros de alcances, medios o rangos de acción más reducidos que completan el espectro de entes que participan en los rescates de montaña en Chile. Tales como los grupos organizados por los clubes, las asociaciones de guías, algunos servicios privados, los pisteros en los centros de esquí, los pertenecientes al Cuerpo de Bomberos, el Ejército, el SAMU, etc.
Un panorama que, así como se describe, parece alentador dada la cantidad de organizaciones mencionadas. Sin embargo, es necesario agregar también, para no dar una imagen equivocada, que tal profusión no ha de ser entendida como un signo de desarrollo, sino que como una diversidad nacida del abandono. Uno que en la actualidad, aunque permite un teórico despliegue en terreno para ir en ayuda de quienes lo necesiten, en los hechos se tiende a expresar ineficientemente por la carencia de políticas públicas, marcos legislativos, normativas, conocimientos y, bueno, también recursos. Lo que lleva normalmente a que los rescates no resulten ser procedimientos fluidos que exuden experticia, sino un caos móvil que, de terminar bien, será más que nada gracias a la vocación, talento, voluntad y astucia de quienes lo llevan a cabo.
Por lo tanto, es sano que cualquier persona que se dirija a un área de montaña de Chile sepa de antemano que, en caso de experimentar o presenciar una emergencia, cualquier ayuda que reciba debe ser entendida como una oportunidad que ha de aprovecharse como lo que es.
No como lo que debería ser.

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