Una cordada femenina al volcán Puntiagudo (en el año del covid)


“La noche estaba quieta y silenciosa, no corría viento y una luna menguante nos iluminaba el ascenso”, escribe Anais Puig. Junto a Ángela García y María Paz Ibarra realizaron un ascenso en una cordada completamente femenina (tal vez el primero en este estilo) al clásico volcán Puntiagudo. Una cumbre que ha atraído a escaladores desde 1912.
Por Anais Puig 
Fotos: Víctor Astete
El volcán Puntiagudo es uno de los clásicos del sur de Chile, su increíble estética no deja indiferente a las miradas de quienes visitan la región de Los Lagos. Hace años que lo había observado y soñaba con escalar sus escarpadas laderas. Este año de pandemia, sin embargo, ha limitado bastante las opciones de salir a disfrutar de la montaña. Pero eso no podía durar para siempre, en especial, para quienes disfrutamos la vida al aire libre. Con Ángela García (más conocida como Kiki) ya lo habíamos conversado y, cuando se abriera la ventana, iríamos al pegue.
Comenzaron a aparecer los días de buen clima, pero los cordones sanitarios seguían limitándonos, así que fuimos postergando la escalada hasta ya avanzado el invierno. Dada la situación país de difícil movilidad, queríamos estar muy seguras de que todo resultaría antes de emprender el viaje. Siguiendo constantemente el reporte meteorológico decidimos la fecha, teníamos todo planificado, por lo que me dispuse a viajar a Pucón donde me encontraría con Kiki. Ahí, además, se nos unió María Paz Ibarra. Que honor compartir esta montaña con dos mujeres tan motivadas.
Nos reunimos las tres un viernes por la tarde en la casa de Pachi (nombre artístico de María Paz), ansiosas ordenamos y distribuimos todo el equipo iluminadas por las frontales, ya que justo se cortó la luz. Al día siguiente, apenas terminó el toque de queda, nos dirigimos rumbo al sur.
El día empezó con una espesa neblina, pero al pasar de las horas se fue despejando y el sol salió en su esplendor permitiéndonos disfrutar de los paisajes de praderas con animalitos, un clásico de la magia del sur. Rodeamos la rivera meridional del lago Rupanco hasta llegar a donde inicia el sendero. La aproximación se desarrolla por un bosque de selva Valdiviana, la huella es muy evidente, pero de a ratos es necesario agacharse para pasar con las mochilas.
Ya pasada la primera y más tupida parte del sendero, el paisaje cambia a un hermoso y antiguo bosque de Alerces (El Lahuán, una de las especies más longevas del mundo). Aquí ya había suficiente nieve como para caminar con los esquís. Pero el avance fue interrumpido. A los pocos metros, un imprevisto error mío terminó por rebanarme un dedo de la mano izquierda con los cantos de las tablas y la sangre se desparramaba por todos lados, como si fuera a perderlo. Por suerte estábamos preparadas en caso de accidentes y, después de tres cambios de vendajes muy sangrientos, paramos la hemorragia aplicando La Gotita y así pudimos continuar. Sin mayor reparo seguimos avanzando hasta donde establecimos nuestro campamento.


Acordamos salir a las tres de la mañana rumbo a la cumbre, pero no consideramos que ese día había cambio de hora, por lo que nos terminamos despertando más temprano de lo previsto. Nos dimos cuenta cuando ya estábamos vestidas y la motivación nos hizo mandarle para arriba no más.

La noche estaba quieta y silenciosa, no corría viento y una luna menguante nos iluminaba el ascenso. Subimos en randonné hasta la primera cornisa que encontramos. Ahí, por el desnivel y el hielo, cambiamos a crampones; dejamos de pelear con las leyes de la física. Continuamos abriendo huella hasta el hombro de la montaña, en un plano que se hacía en este lugar dejamos los esquís y nos equipamos con el arnés y todos los elementos necesarios para enfrentar la verticalidad que se nos venía. Ahí, disfrutamos de un bello amanecer tomando té y aguantando la hora más helada del día para comenzar la escalada.
Habíamos decidido ir por una variante más a la izquierda de la ruta normal: una travesía que luego se sube por unas rampas de nieve súper tranquilas. Cuando realizamos la travesía, nos percatamos que una cordada, más numerosa que la nuestra, iba por ahí y a un paso más lento, por lo que tendríamos que esperar, así que nos replanteamos volver a la vía normal que, además, presentaba más verticalidad y seria entretenido conocerla.
 

Volvimos a traversear apurando un poco el paso para calentar el cuerpo y recuperar el tiempo perdido.  Al pie de vía de la ruta normal estaba llegando la otra cordada, Pachi atinó y rápidamente montó una reunión y me aseguró el primer largo, este era una rampa de aproximadamente 60 grados que presentaba tan buenas condiciones que no fue necesario proteger. Las chiquillas subieron velozmente hasta donde estaba. María Paz abrió el siguiente largo y, cuando llegamos a la reunión, ya habíamos pasado el crux de la ruta. Fue el turno de abrir de Kiki y, para agilizar el ritmo, a pocos metros de su partida la seguí y así la Pachi nos aseguró a ambas que íbamos subiendo rumbo a la “nariz”. Mientras escalábamos conversamos de la vida y disfrutando el paisaje. Cuando nos reunimos las tres, nos planteamos seguir en libre dadas las perfectas condiciones: no había viento, la nieve estaba estable y los ánimos súper positivos.


Se supone que la vía clásica son ocho largos, pero después de ver cómo avanzábamos las tres, decidimos seguir en simultaneo sin cuerda. El cerro estaba cargado y las partes expuestas daban la sensación de tener un colchón que nos protegía. Guardamos las cuerdas y seguimos avanzando juntas hasta la cumbre. Ahí estuvimos más de una hora, todas las cordadas llegaron hasta arriba, y compartimos risas, abrazos, chocolates y ¡hasta una cerveza! Disfrutamos mucho la vista, donde es posible apreciar los volcanes Osorno, Calbuco, Casablanca, Puyehue, Lanin, Tronador y tantas otras montañas de la hermosa cordillera de los Andes, fue verdaderamente un domingo sunday funday.
Para el descenso nos coludimos entre todos, hicimos el rapel de la cumbre y luego otro súper aéreo de 80 metros que llegaba a una terraza amplia. Ahí los que iban adelante, experimentados esquiadores/snowboardistas, descendieron surfeando y nosotras continuamos desescalando la montaña hasta el hombro donde nos esperaban nuestros queridos esquís.
En la tarde, la sombra del Puntiagudo se dibujaba en los valles. Que agradable fue bajar hasta el campamento rápidamente arriba de nuestras tablas mientras comenzaba a soplar el viento. Al llegar estábamos muy felices, había sido un día increíble, súper emocionante, habíamos podido acceder a esta montaña que por su clima lluvioso y ventoso no entrega tantas ventanas en la temporada. Decidimos dormir una noche más en el base, estábamos súper cómodas y, además, dado los conocimientos antárticos de María Paz, contábamos incluso con baño privado con escalerita de acceso.
 


Nunca habíamos compartido un cerro las tres, nos habíamos topado escalando un par de veces y la verdad se armó un equipo muy bonito, nos reímos harto y fue pura buena onda de principio a fin.
Este volcán tiene una larga historia en el montañismo chileno. Los primeros intentos por conseguir su cumbre fueron en 1912 y, a finales de los años 30, Herman Hess y Rodolfo Roth consiguieron llegar por primera vez a la cumbre. En 1949 Dorly Marmillod y Musi Koch consiguieron el primer ascenso femenino, en una expedición junto a Fredy Marmillod y Ernesto Stucki.
Por lo que entiendo, este sería el primer ascenso de una cordada completamente femenina al Puntiagudo. Organizamos todo entre las tres y nos porteamos todas nuestras cosas. Más allá de buscar merito por esto, me llena el corazón compartir con mujeres la montaña. La vibra fue muy especial e, inconscientemente, cada una fue combinada en los colores de mochila y esquís, lo que le agregó todo el toque de femineidad a la aventura. Fue muy lindo ver a dos chiquillas más en la cumbre, ya que las otras dos cordadas contaban con sus representantes femenina, además había una porteadora que pillamos en el sendero llevando un equipo al campamento base.

Al día siguiente, temprano, desarmamos y bajamos al auto para tomar rumbo hacia la región de la Araucanía. Tras tres días, el 7 de septiembre del año covid ya estábamos abajo. De vuelta en casa, disfrutamos de una rica comida y cerveza Tropera que nos apañó para la celebración, ¡todo muy merecido!
– Gracias a Pachi y Kiki por ser tan lindas mujeres, por escuchar, ayudar y respetar, todo esto hizo que la vivencia del ascenso fuera igual de disfrutable que llegar a la cumbre. También a nuestro amigo Vitoco que nos motivó a ir las tres a compartir esta hazaña, nuestras familias que siempre nos apoyan en esta decisión de ser mujer e ir a la montaña, y también a las marcas que nos apoyan Petzl, Patagonia, Tropera y Outdoor Research. Con mucho amor y motivación, la que escribe, Anais Puig (ana ice para les amigues).

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