Flotando en el espacio: highline en el volcán Sollipulli


Tras días buscando la línea perfecta, esta expedición a La Araucanía (que fue testigo privilegiado de la cultura Pehuenche), finalmente la encontró. Con los cóndores como compañeros, pudieron abrir la primera línea de highline del mundo en la cumbre de un volcán.
Texto y fotos por Paula Fernández
Sin duda suena bastante extremo: estar parado en una delgada cinta, a decenas de metros sobre el suelo… pero la sensación es una experiencia única e inigualable de estar flotando en el espacio, de estar volando como un cóndor en un ambiente prístino y natural. Al menos, así lo viví yo en un viaje increíble que duró una semana, donde recorrimos lugares increíbles en la hermosa región de La Araucanía.
Todo partió por la idea de Leonardo Anguita, de Hijos de la Frontera, de invitar a esa región a los atletas Manuel Cancino (Manu) y José Pedro Silva (Jope) de Highlife Chile, la Asociación de deportista de highline certificados por la Slackline International Association y que, con Manu de cabecera, ha impulsado este deporte que en Chile apareció por el 2005.
Ese año se comenzaron a abrir las primeras rutas, gracias al visionario aporte de Patricio Mercado, Andrés Zegers y Pablo Riquelme, en la Quebrada de Los Loros, en el Cajón del Maipo. De ahí, otros lugares se comenzaron a hacer más conocidos como El Arrayán, sector que también solía ser de escalada.
El Highline, en términos simples, es un deporte que consiste en poner una cinta (slackline) con mucha altura (para que sea “highline” deben ser más de 30 metros). Fabricada de materiales como poliéster y fibra sintética, el slackline es muy resistente; mide una pulgada de grosor.

El objetivo de este deporte es poder caminar y progresar por esta cinta, manteniendo el equilibrio, para luego ser capaz de hacer trucos y sentirse cómodo en ella. El deportista debe idealmente, contar necesariamente con un arnés, desde donde saldrá la línea (leashfall) que asegurará su vida en caso de perder el equilibrio.
Así, Manu Cancino, motivado por encontrar el amor, la pasión y el equilibrio en este deporte que lo hacía sentirse vivo, quiso propagarlo a todos quienes fuera conociendo, impulsando esta disciplina y con la apertura de vías a lo largo de todo Chile. La idea de Manu es vivir para y por el highline, un deporte que lo lleva a encontrar ese equilibrio que tanto ha soñado.
Manu se dio cuenta de que conocía a personas a lo largo de todo Chile y que gracias a eso podía conectar una gira; la primera gira de Highlife Chile, que partiría en Arica y llegaría hasta sectores bien australes en nuestro país, tratando de descentralizar el deporte.

Nuestra aventura
Nos encontramos el viernes en la noche en el restorán Cumbres Araucanía del Cerro Ñielol, donde montaron el primer midleline de la gira Araucanía, que habíamos llamado Wallmapu High Trip, haciendo referencia a que nuestro viaje se introduciría en los puntos más lejanos -y bellos- de la región, evadiendo los destinos clásicos. Buscamos aquellos lugares que tienen gran potencial y son aún diamantes por pulir.
La cultura que allí persiste por siglos también motivó la búsqueda de líneas en esta zona. Es un tesoro que hay que respetar, conservar, proteger y aprender, pues son en estos lugares donde la vida se lleva gracias a la valentía y sabiduría de la gente que allí habita, los Pehuenche (gente del pehuén, también llamada Araucaria).

La idea brotó cuando, hace un año atrás, los chicos de Highline Chile decidieron participar en el Truful Fest, un festival que nació en pos de defender los ríos libres y el uso sustentable de nuestros recursos naturales, con charlas, ferias, música en vivo, kayak y bajadas populares de rafting, todo en el hermoso pueblo de Melipeuco que se encuentra entre los volcanes Llaima y Sollipulli.
Enamorados del entorno y del paisaje, Manu y Jope soñaron con volver, sin embargo, siguieron sus proyectos en torno al highline por el resto de Chile. En eso, aprovecharon la instancia del eclipse total que se llevó a cabo en el valle del Elqui para hacer el documental (“Highline, entre luces y sombras”que está disponible en plataformas como Vimeo y Youtube). El tiempo pasó y decidieron volver al sur, esta vez para ir hasta el glaciar Calluqueo, ubicado a las faldas del cerro San Lorenzo (3.706 m) uno de los más altos de la Patagonia.
 
Inyectados por esa energía única que te da este hermoso lugar, con sus vientos y sus paisajes aturdidores, siguieron subiendo hasta llegar nuevamente a la Araucanía donde se encontraron con Leo y conmigo, y donde inició esta búsqueda. Había algo más allá que nos llamaba a todos los involucrados en el proyecto: montar una cinta en el cráter que se encuentra en la cumbre del volcán Sollipulli.
Sabemos que ir a la montaña con gente que recién vamos conociendo puede ser un poco arriesgado, por lo que decidimos tomarlo con calma y partir por un atractivo viaje en camioneta desde el mismísimo cerro Ñielol para continuar adentrándonos en la cordillera. En ese momento teníamos unas cuatro paradas para llegar al destino final.
El primero sería el festival Cautín Fest cerca del pueblo de Curacautín, donde buscaríamos locaciones para tirar líneas, pero las opciones no eran muy buenas. Luego de varias conversaciones, decidimos seguir internándonos en la cordillera para dirigirnos a nuestro segundo destino: el Salto La Princesa, ubicado a pocos kilómetros del pueblito de montaña Malalcahuello, a las faldas del volcán Lonquimay y Sierra Nevada.
El Salto La Princesa es una increíble cascada de unos 25 metros de alto, rodeada por columnas de basalto y árboles nativos que le dan un aire completamente salvaje. Sin embargo, y pese a que parecía que este sí sería el spot que los chicos estaban esperando, en realidad la distancia que había desde un punto al otro no era suficiente para montar la cinta, ya que no daba espacio para caminar abiertamente o hacer trucos… La belleza y espectacularidad no fueron suficientes para cumplir con esas expectativas. No obstante, yo estaba feliz de conocer estos lugares.

Los chicos, un poco desilusionados por el rebote que se repetía, decidieron continuar hacia el siguiente y último spot que alcanzaríamos a llegar en ese día. La noche amenazaba con el término de la jornada.
Inicialmente, llegaríamos a Icalma el miércoles y no el segundo día de nuestro viaje, por lo que Leo, el organizador de este tour, llamó rápidamente a Carlos Torres Catrileo quien sorprendido de nuestra pronta llegada, dejó todo lo que estaba haciendo para recibirnos con los brazos abiertos en sus hermosas cabañas a orillas de la laguna Icalma (cabañas Adlafquén). Luego de una bienvenida Pehuenche, con comida y mate, nos fuimos a descansar.
Despertamos temprano “como lechuga” para recorrer cada potencial rincón que podía soportar un highline. Nos movimos de acá para allá por Icalma y alrededores, teniendo un privilegiado tour acompañados por Carlos, quien nos mostró lugares maravillosos (por ejemplo conocimos donde nace el río Biobío). Con todas las opciones sobre la mesa y ya un poco ansiosos, había que tomar una decisión. Llevábamos bastantes horas y muchos kilómetros recorridos y aún no habíamos podido montar la cinta. Lo que no sabíamos, era que este esquivo lugar estaba más cerca de lo que pensábamos…
Volvimos a la cabaña Adlafquén, un poco para descansar de la agitada mañana, un poco para recargarnos de energía e inspirarnos con la increíble vista que teníamos desde el balcón. Desde allí, podíamos divisar el lago Icalma, que se mostraba tranquilo y sereno, justo lo contrario a nuestros espíritus. Con la mente clara y el estómago lleno, fuimos a dar un corto paseo a las rocas que estaban detrás de la casa de Carlos y que pertenecían a un familiar de él, su tío, don José.
Era el sector más cercano de la cabaña que habíamos visitado y más que nada fuimos porque la vista era realmente única. Llegamos a la casa del tío José, quien estaba picando leña a pura hacha, sin siquiera sudar una gota. Acostumbrado y curtido, el hombre nos saludó con una sonrisa y una mirada que revelaba su espíritu jovial esculpido por la laboriosa vida de campo, que los Pehuenche entienden muy bien; han tenido que adaptarse a todas las temporadas.
En verano, por ejemplo, deben subir los montes con sus animales para que vayan a engullir el pasto de las altas montañas que en invierno están tapadas de nieve. Allá, en lo alto de los cerros de la Araucanía Andina, los Pehuenche cuidan a sus animales, aunque a veces no pueden evitar que el puma se lleve a más de algún cabrito. Allá también tienen una casa, una de “veraneo” y, sin embargo, es un veraneo muy distinto al que conocemos tú o yo. No es para ir a tomar sol y relajarse junto al mar, es para alimentar a los animales que andan libres pastoreando. Llega marzo y es el momento más importante: los piñones o nguilliocomienzan a caer del pehuén (Araucaria Araucana) para ser el plato principal de cuanto desayuno, almuerzo o cena se sirva. Sus formatos pueden ser variados: desde harina, pasando por refresco, mermelada, sopaipilla y pan de piñón. Y por qué no, tostado como acompañamiento, y por qué no, como ingrediente principal de algún postre; el piñón todo lo puede.
Maravillados con lo que dejábamos atrás y aperados con unas cuantas sopaipillas de piñón para el viaje, decidimos continuar con nuestra travesía para llegar a Melipeuco, donde nos estaría esperando Nico de Turismo Alpehue, quien nos llevaría a la montaña al día siguiente por el sector de Rumiñañe, una adorable alternativa a la ruta normal desde CONAF.
Luego de abastecernos y ordenar todo el equipo, salimos rumbo a la montaña, preparados para re-abrir la ruta e iniciar así la temporada 2020. Con motocierra en mano para cortar los árboles caídos, llegamos hasta el sector donde abandonamos la camioneta para caminar más pesados que nunca hasta el campamento. Sobre el hermoso valle de Rumiñañe, comenzamos a subir por la ladera norte del volcán.
Estábamos bastante agotados por el peso sobre nuestra espalda, que contemplaba toda la carga del campamento, taladro, chapas, cinta, cuerdas, cordines, comida y ropa de abrigo. El peso era tanto que mi mochila reventó ambos tirantes, los que pude reparar rápidamente con ducktape.Al llegar, nos organizamos para al día siguiente, cuando haríamos un primer ataque de cumbre con los equipos para montar la esperada línea, y si daba el tiempo, darle un pegue.

Luego de unas dos horas caminando, abriendo ruta, llegamos a la cumbre en un despejado día de diciembre, un día incluso caluroso. Una vez arriba, los chicos salieron a mirar cuál sería el mejor lugar para poner la cinta. Y, finalmente, lo encontraron.
Cuando íbamos a cocinar algo para recuperar energías, nos dimos cuenta de que nadie había subido la cocinilla, así que quedamos con un pepino de ensalada como ración de marcha/almuerzo para todos. Aún así, la energía nos dio para montar la línea, mientras unas nubes amenazantes comenzaban a acercarse y a posarse sobre la montaña, hasta el punto de quedar completamente cubiertos por ella. Nuestra visibilidad quedó muy limitada y la temperatura bajó abruptamente. Alcanzamos a montar la línea para después bajar cansados directo al campamento para comer y al siguiente día atacar cumbre nuevamente.
Más livianos y ya conociendo la ruta, partimos temprano y sin titubear en un día muy caluroso. Estuvimos en la cumbre varias horas jugando con la nueva línea abierta en un lugar que parecía un sueño. Teníamos vista hacia el Lanín y hacia el volcán Villarrica, que lejanos y a la vez cercanos se imponían con sus cónicas cumbres nevadas. Sobre este telón de fondo y mientras Jope jugaba y hacía piruetas sobre el highline, un cóndor nos pasó a saludar; ambos, Jope y el cóndor, parecían flotar sobre el cráter más grande de Chile, con cuatro kilómetros de diámetro.

Nos sentíamos tan afortunados. Abrimos la primera línea de higline del mundo en la cumbre de un volcán. Y en uno de los lugares más lindos que he visto: la región de La Araucanía.
Hinchados de felicidad, decidimos bajar antes de que oscureciera, para volver a Melipeuco, y luego en mi caso a Pucón, donde cada vez que miro hacia el Nevados de Sollipulli, recuerdo aquellos hermosos días donde descubrí este deporte que me llevó hasta la cumbre de la montaña a ver como los humanos se convertían en cóndores que vigilaban la imponente cordillera de Los Andes.

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