Explorando la cordillera del Wallmapu
La autora visita por primera vez esta cadena montañosa y hace cumbre al volcán Antuco. Un volcán marcado por la tragedia y las supersticiones.
Texto y fotos por Paula Fernández
Son las 10 de la mañana en Santiago de Chile. Estamos esperando el bus que nos llevará en unos minutos a la ciudad de Los Ángeles, región del Biobío. Son aproximadamente seis horas para llegar allí. Largo viaje, no queda otra que dormir y soñar con las aventuras que vienen.
Fuimos invitados por Andesbiobio, una empresa de turismo de la región integrada por los guías de montaña Ignacio y Yasna. Nos llevan a conocer la inexplorada -para nosotros- cordillera de la región. Los chicos agendaron un par de excursiones, de las cuales seremos parte los próximos días, estamos expectantes.
El primer objetivo: volcán Antuco.
Desde Los Ángeles, anduvimos unos 70 kilómetros por carretera en buen estado hasta llegar al pueblo de Antuco, donde hicimos una parada estratégica para beber una cerveza en “La picá de Ernesto”, un modesto y acogedor restaurante al frente de la plaza, en pleno centro.
Antuco (“Agua del sol” en mapudungún) es un pueblo pequeño con menos de cuatro mil habitantes y varios negocios de abastecimiento. Un lugar no muy diferente a otros pueblos pequeños de Chile, pero rodeado de gran hermosura y lugares impresionantes. Para empezar, está ubicado justo al lado de un cerro que le da esa sensación de muro natural y, mientras uno se va internando más y más hacia el sur del pueblo, se van descubriendo rocas para escalar, cerros para subir y cascadas para contemplar, que invitan a cualquier persona que aprecia la naturaleza y sus extrañas formaciones (como las rocas basálticas que se encuentran o el desértico paisaje que circunda los volcanes Antuco y Sierra Velluda), a permanecer en este lugar varios días.
A unos pocos kilómetros del centro se puede llegar al sector de escalada “Villa Peluca”. El lugar es amplio, con rutas para todos los gustos y escalada en un sector cómodo para asegurar y estar. Desde hace un tiempo la entrada es gratuita, sin embargo, no se puede acampar bajo ningún motivo. Pero en el pueblo se pueden encontrar alojamiento y camping.
Siguiendo el camino hacia la montaña, fuimos adentrándonos cada vez más en la cordillera del Biobío, lugar habitado por el pueblo Pehuenche que ha tratado, sin mucho éxito, de cuidar y mantener este lugar alejado de las grandes empresas extractivas que han dejado una profunda huella ambiental y social. La presencia de represas, por ejemplo, ha intervenido en la cantidad de agua que fluye en el río, afectando todo el ecosistema de la zona. Pese a esto, Antuco y sus alrededores aún tienen mucho que ofrecer.
La carretera que seguimos y que llega hasta el paso Pichachén, para cruzar la frontera con Argentina, va paralelo al río Laja; un afluente gigante que desemboca en la gran laguna homónima, que al ser tan grande sólo se puede ver casi completa desde alguna de las grandes cumbres que la vigilan. Lo extraño de esta laguna es que pareciera que se divide en dos, ya que tiene una especie de península que la separa, generando que se perciba bicolor: entre aguas azules y verdes.
En el camino comenzamos a divisar el volcán Antuco, un cono perfecto e imponente que grita ser activo. El día completamente despejado nos permitía ver su cumbre nevada y, de vez en cuando, sus tímidas fumaroles amarillas. El sol comenzaba a bajar y la luz se iba para dejarnos completamente en penumbras, imaginando el espacio y sintiendo el lugar y el frío que aumentaba cada vez que subíamos más. Podíamos apreciar cómo dejábamos en la lejanía a las luces y cualquier otra contaminación que nos distrajera del maravilloso cielo estrellado que nos invadía cada vez que levantábamos la mirada.
Pero detengámonos acá. Hay algo que aclarar.
La “tragedia de Antuco”
Antes de comenzar el viaje, cada vez que le contaba a alguien que iba a subir el volcán Antuco lo primero que decían era “¡ah!, donde fue la tragedia”. No fue una ni dos veces, fueron muchas. Fue algo que resonó fuertemente en mi cabeza y por eso siento la necesidad de aclarar que la tragedia del volcán no fue porque sea un ascenso realmente técnico o complejo. Como cualquier montaña, tiene que ser respetada, pero tiene rutas que lo hacen amigable y apto para cualquier persona que tenga conocimientos básicos de subir volcanes en la cordillera de Los Andes. Lo mejor es ir con un guía que conozca la zona, así se evita perder la huella o meterse por algún lugar que presente desprendimiento de rocas, grietas, hielo o cualquier otro inconveniente.
La tragedia de Antuco fue una situación producida por una serie de malas decisiones por parte de quienes se encontraban a cargo en ese momento y donde 45 jóvenes del ejército murieron debido a las pésimas condiciones climáticas de la montaña: -35 grados, viento blanco y exposición a más de los 1.500 metros de altura. Estas condiciones, sumado a que el grupo no contaba con la vestimenta adecuada para enfrentar esta situación, provocó la muerte masiva por hipotermia en el progreso de la actividad, impactando a toda la sociedad chilena, pues los medios de comunicación mostraron empecinadamente lo ocurrido.
Así es como el volcán Antuco se hizo nacionalmente conocido y quedó en la memoria colectiva, muchas veces haciéndonos pensar que puede ser muy peligroso -o incluso maldito-.
Hoy ya es tiempo de seguir adelante y darse la oportunidad de ir a conocer este lugar, que seguro sorprenderá a sus visitantes con bellas vistas, estilos de vida en la simpleza del campo y la inmensidad de la naturaleza. Por esta razón, fuimos a la vez confiados y respetuosos de que sería un buen ascenso, ¡y no nos equivocamos!
Un recibimiento de la montaña
A las 6:00 a.m. ya estábamos de pie y presenciamos un hermoso amanecer donde el cielo rojo y naranjo parecía reflejarse en la blanca nieve de la Sierra Nevada. Junto a una revitalizante taza de café, logramos alejar el sueño y el frío de nuestros cuerpos.
Nos preparamos para lo que sería el resto del día: condiciones perfectas sin viento y despejado, un ritmo constante en un zigzag por terreno volcánico, primero arena que te permitía progresar sin problemas y luego rocas más grandes, pero poco agotadoras que te permitía la concentración en el lugar. ¡Irrepetible!
Luego del acarreo, el terreno se convirtió en nieve y algunas partes más duras nos entregaban la información que había hielo muy cerca de la superficie. Nos ajustamos nuestros crampones, tomamos firme el piolet y comenzamos la marcha en fila, zigzagueando por una pendiente bien pronunciada y confiándole la vida a los crampones. Lo más peligroso de la ascensión es pasar por las partes expuestas de desprendimientos de rocas. Si bien, por lo general no son muy grandes, a veces alcanzan gran velocidad y pueden ser letales.
Alcanzamos la cumbre a eso del mediodía, momento exacto en el que presenciamos un pulso eruptivo (explosión de corta duración de lava y humo) del volcán Nevados Chillán que se distinguía perfectamente hacia el norte. Fue como un recibimiento de la montaña, un espectáculo sublime para nuestros ojos.
Hacia los otros puntos cardinales, era posible identificar los volcanes Copahue, Callaquén, Tolhuaca, Llaima y Lonquimay. Además, se tenía buena vista hacia el centro de esquí a las faldas del volcán y hacia el valle donde se encuentra la localidad de Antuco.
La bajada, rápida y sin problemas, nos permitió incluso pasar a comer unas papas fritas (la opción vegetariana disponible) y llegar a la roca para alcanzar a escalar dos rutas antes de que la oscuridad alcanzara el lugar por completo, dejándonos nuevamente en penumbras. El plan inicial era dormir bajo las rutas, no sabíamos de sus prohibiciones hasta que, amablemente, un chico nos comunicó que era imposible pasar la noche en el lugar.
Pasando al plan B, que de pronto improvisamos, nos fuimos a Santa Bárbara, campamento base de Andesbiobio. En el camino, ya comenzamos a soñar con nuestra próxima aventura, tal vez, hacia otro volcán desconocido para nosotros.