Fundación +1000: Buscando el horizonte en la montaña
Si pensamos en la fundación de Santiago como asentamiento humano permanente, muchos tendrán grabada la imagen del famoso cuadro de Pedro Lira que nos lleva directo a 1541; vemos a un Pedro de Valdivia heroico, acompañado de su hueste en la cumbre del cerro Santa Lucía —porentonces conocido como Huelén— inaugurando de manera oficial, con bombos y platillos, un valle que aparecía como un oasis de vida, tras un larguísimo periplo por el desierto.
Pero la historia, como ahora sabemos, fue muy distinta: Según investigaciones que inician hace más de dos décadas, hoy sabemos que los primeros habitantes humanos del valle central chileno hicieron su arribo hace alrededor de 14,000 años, no 500. Desde aquellos tiempos inmemoriales, la ocupación ha sido constante; a tal nivel llegó la importancia del territorio que los Incas —durante su presencia de cien años en Chile— establecieron una especie de “Cuzco del Mapocho”, un lugar de una importancia pivotal en la cuenca del Pacífico, semejante en organización y estructura a la capital del imperio, en el corazón del Perú.
La montaña era uno de los ejes centrales de la vida en el valle, tanto en el período pre-incaico como en el incanato: El aspecto espiritual, como el cotidiano, estaban estructurados en función de las cumbres en el horizonte, a las cuáles se podía acceder mediante un sistema de senderos que perdura hasta el día de hoy, pero que el santiaguino simplemente no conoce.
Desde Huechuraba, pasando por Lo Barnechea, e internándose de lleno en las enormes cumbres frente a Las Condes, La Reina, Peñalolén, La Florida, Pirque y Puente Alto, hasta llegar al sistema fluvial del cajón del Maipo, el entramado y la alta cordillera eran parte integral de la vida del valle.
“Alrededor del 2015, iba subiendo el Manquehue, y al ir bajando vi una máquina que venía destruyendo toda la capa de vegetación de bosque mediterráneo, que está en extinción en todo el planeta”, cuenta la arquitecto de la Católica de Valparaíso, Cazú Zegers (60), al recordar uno de los eventos que gatilló su decisión de involucrarse más en el asunto de la conservación:
“Me pregunté¿Cómo no vamos a ser capaces de proteger las cuencas? ¿Los corredores biológicos? Le mandé una carta al alcalde de Lo Barnechea, Felipe Guevara, y a raíz de eso me junto con él y con Canuto Errázuriz, de No Limits. Ellos ya habían entendio que Barnechea tiene un 4% de su territorio urbanizado, y el resto es todo cerro, y que tiene una red de senderos increíble; son alrededor de 600 kilómetros de caminos. Me invitaron a trabajar con ellos, y lo que yo introduzco es esa visión desde tan sólo Lo Barnechea, para ampliarla a todo el contrafuerte cordillerano de Santiago”.
El norte: generar un modelo de desarrollo y planificación territorial innovador a lo largo del país:
“Buscamos un modelo contemporáneo de desarrollo: En el fondo, que la gente pueda usar, y beneficiarse, de la naturaleza. Planteamos la planificación territorial sustentable, para poder ayudar a que el desarrollo se lleve a cabo de una buena manera y en base a una buena planificación”.
La Gran Ruta Santiago
“En Santiago, buscamos aprovechar todo el mega parque de montaña que tenemos, que mejora un montón de cosas; Mejora la accesibilidad, todo el mundo puede usar el sistema de senderos… entonces, nuestra apuesta es que Santiago, en vez de ser una ciudad con depresión, pase a ser una ciudad feliz. Es un cambio de paradigma que sólo tiene que ver con incorporar el contrafuerte cordillerano a la vida cotidiana: la cota mil se convierte en un límite para la expansión inmobiliaria, y de ahí para arriba, la infraestructura está puesta en función de este gran parque”.
La llamada Gran Ruta Santiago contempla la creación de un gran parque por sobre la cota mil de la urbe que posicione a la ciudad como la Capital Outdoors de Latinoamérica: Esto, a través de una alianza público-privada que permita a las personas acceder a los cerros ubicados entre Renca y el cajón del Maipo: la Plaza de Armas, histórico centro de actividad en el valle, se yergue como el kilómetro cero, desde la cual nace la transversal que a través de más de 100 kilómetros serpentea por la cota 1000, conectando así 10 municipios con presencia en el contrafuerte cordillerano.
“Tenemos que entender que Santiago realmente es una ciudad de montaña, que tenemos un cerro de 5,400 metros de altura justo al frente, y por supuesto toda la narrativa que surge a raíz de esto, y el pasado incaíco que hubo. Cambia totalmente la perspectiva de lo que es habitar Chile, Santiago”.
El trazado parte con una ruta piloto desde la Plaza de Armas en el centro de la ciudad hasta la cumbre del cerro El Plomo, cumbre más alta visible desde el valle, y que tiene especial significado: Allí, en 1954, un grupo de personas encontró restos de un niño momificado hace 500 años, por sobre los 5,000 metros de altura. El pasado precolombino perdura allí en fondo y forma.
Aun así, un proyecto de esta envergadura —en una ciudad en que la planificación tanto urbana, y de acceso universal está en pañales, romper con la inercia imperante es parte de lo primero a mejorar:
“Hay mucha resistencia de las autoridades para desarrollar un proyecto de este tipo, porque cada vez que alguien se mete en la montaña, se pierde, lo que resulta en un costo gigante para el Estado. Hay que evitar al máximo los riesgos, y la idea es que cada uno de los arrieros se convierta en guía y se capacite en todo lo que sea necesario. Ya no pueden vivir sólo de las veranadas, cada vez hay menos espacio”.
La Ruta Pehuenche
Además de la propuesta de desarrollo para la cuenca de Santiago, la fundación apuesta por el desarrollo de un nuevo polo de turismo en Chile: Siguiendo el camino de los volcanes, araucarias, lagunas turquesa y otros paisajes prístinos, la Ruta Pehuenche promueve el desarrollo local sin pasar por alto a los habitantes locales, verdaderos portadores de conocimiento milenario por aquellos lados.
“Es un lugar que tiene todos los atributos para convertirse en el quinto destino turístico de Chile” dice Cazú. “Un lugar muy potente de una naturaleza absolutamente virgen, además de sus comunidades indígenas, que son fascinantes”.
A través de un tramo piloto de 20 kilómetros, se conectará a través de un solo gran circuito los volcanes Sierra Nevada, Tolhuaca, LLaima, Nevados de Sollipulli y Lonquimay, lo que permitirá a las comunidades Pehuenche de la zona desarrollar actividades turísticas. Un modelo basado en el desarrollo de la cultura propia de los pueblos que allí habitan, donde la narrativa vuelva a su vilipendiado lugar.
Atrás quedan los días en que relegamos la historia precolombina a un estado primitivo de vida en sociedad: si hay algo que podemos rescatar de los antiguos habitantes, precursores y visionarios en su ocupación territorial, es que que mirar arriba para encontrarnos de manera más auténtica acá.
Más información del proyecto en https://www.fundacionmasmil.cl