Editorial Escalando 47: "Cuando la Palabra no Basta"
En 1979 se realizó la primera expedición chilena a una montaña de más de ochomil metros de altitud. El Gasherbrum II de 8.035 metros, la decimotercera cumbre del planeta ubicada en el Karakorum, entre China y Pakistán, fue el destino de la delegación nacional que liderada por Gastón Oyarzún y Claudio Lucero dio inicio al himalayismo nacional.
Los chilenos se enfrentaban a una cordillera desconocida en la que ninguna expedición latinoamericana había logrado alcanzar cumbre alguna, además, viajaron en medio de altas expectativas de la opinión pública alimentadas por una extendida cobertura mediática, en plena dictadura y bajo un clima de patriotismo exacerbado debido a los recientes conflictos limítrofes con la vecina República Argentina. La expedición contó con el apoyo y beneplácito del gobierno militar, lo que también les agregaba una cuota extra de presión. Implícitamente, además, el eventual apoyo para poder realizar una posterior expedición al Everest dependía del éxito en el G2.
En su momento volvieron exitosos y elevados a la categoría de héroes. Nadie dudo de la ascensión. No había prensa especializada y el país necesitaba ostentar logros que lo destacaran a nivel internacional.
Pero al cabo de unos años cierta parte de la escena de montaña comenzó a cuestionar la veracidad de la ascensión al señalar que el relato del día de cumbre no era consistente y que, para colmo, no había una foto reveladora. De ahí en más, la polémica: que la cumbre no fue corroborada por la cronista del Himalaya Miss Hawley y que ni siquiera Reinhold Messner daba fe de la ascensión chilena, etc, etc. La Comunidad se dividió hasta el día de hoy.
Con el correr de los años se sumaron a la lista de ochomiles “dudosos” el Shisha Pangma y el Broad Peak, los que hasta el día de hoy no son considerados como ascendidos por cordadas chilenas por una buena parte de la comunidad.
Lo anterior es historia del montañismo nacional que sirve para enseñar que desde sus inicios, el himalayismo ha estado ensombrecido por presiones, ego y competencia, mucha competencia, la que se puede ejemplificar de manera soberbia con lo acontecido aquella mañana del 15 de Mayo de 1992 en la cumbre del Monte Everest. Vale la pena agregar que todas las polémicas citadas hasta el momento se han discutido profusamente en distintas instancias y medios y hasta han sido material de libros al respecto. O sea, no es nada nuevo, El resultado de estas “polémicas” es una comunidad segregada, en donde están los que creen, los que no creen y los que quieren creer.
Y bueno, ¿toda esta introducción para qué?
El pasado mes de Mayo (2017) se difundió la noticia. Por fin una cordada chilena, después de 5 expediciones previas, alcanzaba la séptima cumbre del planeta, El Dhaulagiri (8.167m). Támara Muñoz y Rodrigo Vivanco eran los protagonistas de la gesta. Aplausos y felicitaciones se sucedieron en redes sociales y hasta allí, todo bien.
Pero al cabo de un par de meses una inquieta comunidad sedienta de verdad, y utilizando las redes sociales como canal, comenzó a exigir pruebas. Las suspicacias se hicieron notar en todos los tonos posibles y fueron creciendo de manera exponencial: que el track de GPS no existe, que los tiempos no cuadran, que la hora de cumbre y que la foto, la maldita foto. El espectáculo, en su forma, fue patético y, adornado por el característico mal gusto que abunda en las redes sociales, demostró la triste realidad de una comunidad que muchas veces parece moverse más por rencillas y por egos que por el genuino amor a las montañas. Es cierto también que el silencio de la contraparte generó más incertidumbres y dudas, lo que atrajo a opinólogos y justicieros y que alimentó la proliferación de “trolls” que terminaron por desvirtuar cualquier debate que se precie de serio.
Pero más allá de la forma en que se han manifestado, las dudas y la necesidad de corroborar la cumbre son legítimas. ¿Podemos hablar de cultura de montaña si no cuestionamos nada?, ¿Puede tan sólo la fe sustentar un ascenso? Si echamos un rápido vistazo a la historia del himalayismo mundial podemos darnos cuenta de que basarse en la fe para aceptar cumbres es pecar de ingenuos. Esa misma historia revela que desde siempre el montañismo en el Himalaya ha sacado a relucir tanto lo mejor, como lo peor del ser humano.
El himalayismo desde sus orígenes fue una competencia, primero entre países que pretendían demostrar su poderío “conquistando las cumbres más inhóspitas del mundo”, para luego seguir con la invención de conceptos como “los 14 ochomiles” lo que incentivó una carrera por ser el primero, para luego terminar con un sinnúmero de variantes. Por otra parte, el montañismo en sí mismo se ha desarrollado en base a hitos. Probablemente si el ascenso de Muñoz y Vivanco no representara la primera ascensión de una cordada chilena no sería relevante; pero desde que se divulgó, la hazaña fue presentada como la primera cumbre nacional, por consiguiente las pruebas que acrediten tal hito deberían ser irrefutables, por respeto a toda la comunidad de montaña incluidos quienes tenían la intención real de ser los primeros en inscribir su nombre en la historia, pero en este caso no fue así.
Como medio especializado nos vimos en la obligación de hacernos cargo de la polémica y le solicitamos a los involucrados las pruebas que la comunidad exigía. En este punto es bueno indicar que nuestra Revista no es una entidad acreditadora de cumbres, pero para poder publicar una noticia de tanta relevancia para el montañismo nacional y a la vez, de tantas implicancias, es necesario hacerlo con certeza.
Lamentablemente, las pruebas que recibimos no nos resultaron totalmente suficientes, por lo que en Revista Escalando junto con la conformidad de los participantes de la expedición al Monte Dhaulagiri, decidimos no publicar la nota en cuestión. Es importante dejar en claro que con la no publicación de la nota no estamos negando el ascenso, no lo podríamos hacer, no es nuestro trabajo, pero tampoco podemos avalar un ascenso sin las pruebas correspondientes.
Quizás este sea el momento propicio para que la Federación de Andinismo se manifieste y diseñe un protocolo de acreditación de cumbres, y que de paso se haga cargo de los casos históricos que siguen dividiendo a la comunidad. No es posible que hoy en día no se tenga certeza de cuales son las cumbres de más de ocho mil metros que efectivamente han sido ascendidas por chilenos. De esa manera no se da lugar a especulaciones ni a tristes espectáculos con inquisidores y acusados de protagonistas.
La falta de pruebas, las omisiones o la falta de precisión y consistencia en los relatos que han caracterizado a las cumbres del Himalaya que han sido refutadas no le hacen bien a una comunidad que pide, literalmente, a gritos transparencia.
Hoy más que nunca, cuando la tecnología permite documentar todo, inclusive hacer seguimientos en tiempo real, la palabra no basta. Es triste que así sea, pero de aquí en más se hará cada vez más necesaria una planificada y correcta documentación de la cumbre escalada.
Sergio Infante, editor de montaña. Septiembre 2017.